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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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215<br />

-¡Sí!, murmuró dulcemente Juana; ¡sí!...<br />

Y escondió la ruborosa frente entre sus manos...<br />

Al cabo de algunos días, Miguel y Juana, ya esposos, ya felices, se dirigían con las<br />

manos enlazadas y seguidos de sus bienhechores y amigos, todos los habitantes del<br />

llano, a la estación del ferrocarril; pues debían partir para la metrópoli de España.<br />

La recién casada, vestida de fiesta, llevaba pintadas en el semblante la alegría y la<br />

tristeza; sonreía y lloraba al mismo tiempo, como sucede en abril, que brillan los rayos<br />

del sol al través de las gotas de la lluvia.<br />

¡Seguía a su esposo, y abandonaba a sus amigos! ¡Abandonaba el suelo que le había<br />

visto nacer, el sepulcro bendito de sus padres! ¡Ah, que la vida es esta! ¡Cuadros de<br />

sombra y luz: goces amargados por las penas, penas endulzadas por plácidas alegrías!<br />

Anselmo le esperaba al paso, sentado en la punta de una roca, y dando al aire los<br />

dulces sonidos de su flauta.<br />

-¡Adiós!, dijo a Juana desde lejos. ¡Sé que eres feliz y soy feliz! ¡Adiós, Miguel;<br />

bendice a la Providencia que te ha otorgado tal tesoro; ámala por los dos; hazla dichosa!<br />

Sus ojos se llenaron de lágrimas, y con un movimiento convulsivo rompió su flauta,<br />

que cayó en pedazos a los pies de Juana.<br />

-¡Anselmo!, exclamó ésta sollozando. ¡Perdóname el daño que sin querer te he<br />

hecho! ¡Siempre rogaré a Dios por ti! ¡Le pediré que te permita conducir a los pies del<br />

altar a una esposa digna de tus virtudes!...<br />

-¡No, dijo Anselmo moviendo tristemente la cabeza, el amor ha muerto para mí,<br />

como han cesado para el valle de los ecos de mi flauta!<br />

Y no pudiendo contener ya el ímpetu de su dolor, se levantó con presteza y huyó al<br />

través de los peñascos.<br />

¡Cumplió su palabra! ¡Nunca jamás las alegres cabritillas triscaron al compás de las<br />

tocatas deliciosas con que antes solía embelesarlas!<br />

Y pasaron los días y las semanas, pasaron unos tras otros los meses y los años, ya<br />

turbulentos, ya serenos, y sorprendieron a Clotilde, ofreciéndole una diadema de<br />

cabellos blancos, y Clotilde la aceptó sonriendo, apoyada en sus hijos y en sus nietos, y<br />

diciendo con su dulce voz impregnada de ternura:

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