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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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130<br />

Pálida, con el cabello erizado y los ojos fijos, parecía el espectro de sí misma.<br />

Permaneció mucho tiempo inmóvil y silenciosa.<br />

Oyó como entre sueños levantarse a Guillermo y a todas las gentes de la casa, y sólo<br />

volvió en sí al oír el tañido de las campanas que convocaban los fieles a la iglesia.<br />

Entonces dio un grito y se cubrió el rostro con las manos.<br />

-¡Y es en la casa de Dios en donde debe cometerse el crimen!, exclamó desolada.<br />

A las ocho se envolvió en su manto, salió de su casa, entró en Orduña y se dirigió a la<br />

iglesia más cercana.<br />

La mañana estaba fría y nebulosa, y pocos fieles habían acudido al llamamiento de<br />

las campanas. Veíanse aquí y allá algunas mujeres arrodilladas en las capillas<br />

laterales o junto a los pilares. Algunos hombres estaban de pie y descubiertos a la<br />

entrada de la iglesia, o iban y venían como sombras de un lado al otro.<br />

Clotilde se arrodilló junto a un confesionario, aguardando el momento fatal.<br />

Zumbábanla los oídos, oscurecíase su vista, teniendo casi perdida la conciencia de sí<br />

misma.<br />

Aunque no veía ni oía nada de cuanto pasaba a su alrededor, había muchos ojos fijos<br />

en ella.<br />

Pocas veces iba al templo tan temprano, y mucho menos sola.<br />

Ya se sabe que la más pequeña alteración en los hábitos de una persona, da origen a<br />

millares de conjeturas en una ciudad reducida.<br />

Aumentó las generales cavilaciones, el ver que la hija mayor del escribano atravesaba<br />

la iglesia para ir a arrodillarse junto a doña Segismunda. Ya se sabía que cuando estas<br />

dos esclarecidas rivales en malignidad se juntaban, era porque había un grave escándalo<br />

en Orduña.<br />

Hallábanse ambas en una capillita dedicada a Jesús sacrificado. Una sola lámpara,<br />

suspendida sobre el altar, encima del cual descollaba una hermosa efigie del Redentor,<br />

alumbraba débilmente la capilla.<br />

Doña Segismunda fingía leer en su libro de oraciones; pero había visto de soslayo<br />

acercarse a Policarpa, y esperaba, llena de impaciencia, que le dirigiera la palabra.

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