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dirigió sus primeros pasos hacia el presidio, es hoy un hombre honrado; yo que he visto<br />
deslizarse los apacibles días de mi infancia en el seno de la inocencia y la pureza, he<br />
faltado sin saber cómo a mis deberes más sagrados. Pero la misericordia de Dios es<br />
infinita. <strong>El</strong> arrepentimiento y la expiación borran las culpas a que nos arrastra nuestra<br />
propia debilidad, y nos otorga otra vez el dulce título de primogénitos del cielo. ¡Oh,<br />
Dios mío, mi arrepentimiento es sincero, mi expiación será completa!<br />
Llamóla a la sazón Antonia para que compartiese su frugal cena, ofrecida con toda la<br />
efusión de un alma delicada y compasiva, y luego ambas se acostaron en la misma cama;<br />
pero ninguna de las dos durmió; Antonia para atender cien veces a las exigencias de la<br />
enferma que en toda la noche paró sus ayes y sus quejas, Clotilde agitada con sus<br />
propios sentimientos.<br />
Lució el alba, y la diligente maestra de niñas se levantó, aunque no había dormido,<br />
para dar cima a sus quehaceres domésticos y abrir la escuela.<br />
-Si quiere usted ir a Ávila, dijo a Clotilde, yo le daré una carta de recomendación para<br />
la señora condesa de Arnedillo, que es la madre de todos los desgraciados, y que le<br />
proporcionará los medios de llegar a Madrid, si tal es su deseo. Es una señora muy rica.<br />
Casi todos los campos que circundan el lugar son suyos, como suyo es el palacio gótico<br />
que habrá usted visto a la entrada del pueblo empinado sobre un risco. Pero con ser tan<br />
rica nada es suyo, porque todo es de los pobres. <strong>El</strong>la ha fundado escuelas y hospitales<br />
aquí y en Ávila, y en todas partes; así es que a todas partes le siguen las bendiciones de<br />
los desventurados. ¡Verá usted cómo la recibe sentada en su gran sillón de cuero,<br />
rodeada de sus hijos y sus nietos! ¡Verá usted con qué afabilidad le habla y se interesa<br />
por sus males! Cuando viene aquí, no se desdeña de entrar en la más miserable choza y<br />
poner sobre sus rodillas a los hijos andrajosos de los pobres.<br />
Antonia, que conocía el valor del tiempo, escribió apresuradamente la carta de<br />
recomendación, y entregándosela a Clotilde repuso sonriendo:<br />
-Yo conozco también a quien la llevará a usted a Ávila de balde.<br />
¡Por ahí cabalmente pasa Jaime!<br />
<strong>El</strong> que Jaime pasase por allí, no era mera casualidad, pues pasaba todas las mañanas<br />
cuando no estaba de viaje.<br />
Llamóle Antonia, y Jaime se acercó con el rostro radiante de alegría.<br />
Era un mocetón alto y robusto, aunque ya entrado en años.