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Esta extraña sentencia, dejó helados todos los corazones.<br />
-Pero en fin, ¿no se nos ofrece ningún refrigerio?, dijo la Marquesa interrumpiendo el<br />
general silencio.<br />
-¡No estábamos preparados!, tartamudeó Clotilde.<br />
Juana, dominando su emoción, corrió a la cocina, y en breve la mesa se vio cubierta<br />
de blanquísimos manteles, y sobre ellos depusieron los criados vaca asada, pollos en<br />
salsa, arroz con leche, queso y fruta. En cuanto a los bocadillos y entremeses Juana no<br />
los conocía ni aún de nombre. La Marquesa guiñó un ojo a Miguel, y le dijo entre<br />
dientes:<br />
-¿Qué le parece a usted del almuerzo. ¡No se presenta mejor en casa de Lhardy!<br />
<strong>El</strong> anciano, menos sufrido que Guillermo, no pudo soportar aquel sarcasmo y,<br />
apoyándose en el brazo de Juana, se metió en su cuarto, jurando no volver a salir<br />
mientras estuviese allí tan ridícula huésped.<br />
Concluido el almuerzo, e instalada la viajera en las habitaciones azules, con sus<br />
bichos y sus doncellas, y no sin que hubiese hallado ocasión de despreciarlo todo y<br />
murmurar de todo, Juana y Miguel se encontraron por fin solos en el comedor, solos no,<br />
en presencia de los niños, que jugaban en un rincón, y a quienes su tía no se había<br />
dignado conceder ni siquiera una mirada.<br />
-Juana querida, le dijo el joven, sentándose a su lado y cogiéndola amorosamente de<br />
las manos, no te vistes bien. En Madrid se lleva el cabello colgando sobre la espalda, y el<br />
vestido describiendo una cola majestuosa. Es preciso que presumas más, que aprendas a<br />
adornarte. Todo el mundo pisa las flores del campo; todo el mundo admira a las flores<br />
que crecen en un jardín.<br />
Juana sonrió tristemente. Aquellos consejos eran, sin duda, hijos de interés y de<br />
afecto; pero éstas no hubieran sido las primeras palabras que hubiesen pronunciado sus<br />
labios, después de una ausencia tan larga y dolorosa.<br />
-<strong>El</strong> mundo tiene sus leyes, prosiguió Miguel, y es preciso someterse a ellas. Yo gozo<br />
de bastante fama en Madrid, y ya ves, un artista necesita que su mujer se presente con<br />
decoro.<br />
-Haré cuanto desees, tartamudeó Juana completamente desconcertada.