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Dio un salto la Marquesa al oír esta palabra, como si le hubiese picado una víbora;<br />
dejó el frasco de sales que estaba aspirando y, volviéndose a mirarla, le dijo con enojo:<br />
-¡No sé si me incomoda más tu gazmoñería, o la insolencia del tosco lugareño a quien<br />
llamas marido! ¡Ah!, ¡ah!, prosiguió con punzante ironía, ¿qué es cariño, hijita?, ¿qué<br />
ave fénix es esta de la que todo el mundo habla y a la cual nadie conoce? ¡Cariño!,<br />
¡sentimientos!<br />
¡Déjate de hipocresías, niña, que sientan mal a tu cándido rostro! En el mundo no hay<br />
más que interés, no hay más que toma y dame.<br />
Todo se hace con un fin, que representa nuestro propio beneficio. Si es que, en último<br />
resultado, esperas calzarte con mi herencia, o esperas, visto el mal trato que te da tu<br />
marido, tener un apoyo en mí, no vistas ese interés, que yo, por otra parte, califico de<br />
legítimo, con las pomposas frases del cariño y el sentimiento. Estamos en un siglo de<br />
ilustración, y por lo tanto eminentemente realista; llama, pues, a las cosas por su<br />
verdadero nombre, y no procures sacarlas de su quicio decorándolas con ridículos<br />
apodos.<br />
-Pero tía, le juro a usted... tartamudeó Clotilde confusa.<br />
-Jura cuanto quieras, hija, interrumpió con ímpetu la vieja descreída; pero si por<br />
joven no aciertas a darte cuenta de tus propias sensaciones sabe, de una vez para<br />
siempre, que los sentimientos no existen, que no existen los afectos, y que aun lo que<br />
nos parece más sublime amor, el decantado amor de la madre hacia sus hijos, no es en<br />
realidad más que un egoísta interés del ser humano, que tiende a propagarse y a<br />
sobrevivirse. Y así, no me vengas con grandes frases, con mentidas propuestas, y di que<br />
si te conviene irás a verme, como a mí me ha convenido venir a veranear a Orduña, y por<br />
no tener otras casas en donde hospedarme cómodamente he elegido tu casa.<br />
Mil veces había oído Clotilde de los labios de su tía, y aun de Miguel, que creía darse<br />
lustre imitando la despreocupación de su protectora, aquel cínico lenguaje; pero nunca le<br />
había hecho más efecto que en aquel instante en que iba a separarse quizás para siempre.<br />
Inclinó la frente sobre el pecho y guardó silencio.<br />
Aún no había trascurrido media hora cuando apareció delante de la casa el carruaje<br />
monstruo, adornado con el escudo de armas y la corona de marqués, y después de haber<br />
recibido en su inmenso seno a la vieja, a Miguel, a las dos doncellas con los perros, el<br />
tití y la caja de los afeites, partió con grande estrépito por el camino de la metrópoli de<br />
España.