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¡Es verdad que yo hice lo mismo con mis padres! ¡Dios me ha recompensado, porque<br />
no hay en el mundo mujer más dichosa que yo!<br />
¡Figúrese usted que mi hijo mayor, después de servir al Rey, se estableció en León, y<br />
Dios bendijo su matrimonio con cuatro hermosos chiquitines, mi hija mayor está casada<br />
en Arévalo, con un sastre, y tiene otros seis; mi hija segunda, Mercedes, a quien voy a<br />
ver, está casada en Ávila con un tendero, y tiene cuatro con el que acaba de dar a luz!...<br />
¡Todos vienen a verme el día de mi santo, y me alegra el corazón hallarme sentada a la<br />
mesa entre mis hijos y mis nietos!... ¡Catorce nietecillos que rezarán por mí cuando me<br />
muera!<br />
Y los ojos de la anciana al hablar así, resplandecieron de júbilo y de orgullo, y a<br />
Clotilde le pareció que sus blancos cabellos formaban una aureola luminosa en torno de<br />
su frente.<br />
-Más tendría, repuso, si Jaime se hubiese casado con Antonia; pero ella no quiere<br />
hasta que Dios disponga de la enferma.<br />
Dice, y tiene razón, que con las obligaciones de casada la descuidaría; pero anda, que<br />
a quien cumple su deber, nunca le desampara Dios, que es un buen fiador, y porque tarde<br />
la dicha no es menos segura, cuando se la gana en buena ley. Lo que hacemos con los<br />
demás, hacen los demás con nosotros, y aquello que sembramos aquello recogemos: si<br />
es trigo trigo, si son cardos cardos. Usted, pobrecita, no tiene padres, pero aunque no<br />
estén a su lado están a su lado, que las almas de los padres nunca desamparan a sus hijos.<br />
Obre usted como si ellos estuviesen presentes; no deje usted nunca el caminito derecho<br />
que el que va por el caminito derecho, no está expuesto a perderse, y a encontrarse en<br />
donde no quisiera haberse metido, sino que llega tarde o temprano al fin que se ha<br />
propuesto. Créame usted, hija mía, yendo por el caminito derecho, podrán no hallarse<br />
riquezas ni diversiones, pero se duerme sin zozobra y se está siempre contento.<br />
Entretenidos con éstas y otras pláticas llegaron a Ávila, ya de noche, y después de<br />
dejar a la anciana en casa de su hija, Jaime se encaminó con Clotilde a la de la Condesa,<br />
ansioso de que la joven cumpliese el encargo de Antonia, entregando a la enferma el<br />
amuleto milagroso.<br />
Atravesaron varias calles silenciosas, porque los vecinos se habían ya recogido, o<br />
porque todos se habían trasladado a una de las más principales, que hallaron atestada de<br />
gente de todas clases y condiciones. Pero gentes que más bien parecían fantasmas, pues<br />
se hablaban al oído, y en voz tan baja que sus conversaciones formaban un murmullo<br />
sordo, como el de la marea cuando sube cautelosa a inundar la playa.