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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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un jardín bastante grande pero que, como en lugar maldito, no prosperaban más que los<br />

abrojos y las zarzas. En el interior, los salones eran vastos, los techos altísirnos; pero<br />

tanto éstos como las paredes estaban llenos de grietas, así como el pavimento de hoyos,<br />

por haberse desgastado los ladrillos. Aquella casa era la imagen perfecta de la desolación<br />

y la tristeza.<br />

Atentas las tres mujercillas a otros gravísimos cuidados, no se ocupaban en reparar<br />

estas injurias del tiempo, y lo mismo sucedía con respecto a los muebles. Si a una mesa<br />

le faltaba un pie, a una silla le faltaba el respaldo, o lo que es peor, las aneas del asiento.<br />

Hasta un grande espejo que tenían en la sala, había perdido por completo su<br />

transparencia, gracias a las moscas que habían establecido sobre él sus tiendas de<br />

campaña.<br />

No es necesario añadir, dados estos antecedentes, si todos los muebles estarían en<br />

amable desorden, pudiéndose escribir sobre cada uno de ellos infolios de romances o<br />

dísticos latinos, merced a las espesas capas de polvo que los cubrían.<br />

Igual desorden ostentaban los trajes de los habitantes de la casa, llenos por todas<br />

partes de manchas insolentes y atrevidos jirones.<br />

Los graves cuidados que absorbían por completo la atención de las tres hermanas se<br />

reducían a fisgar y a darse cuenta hasta del aleteo de una mosca en casa ajena.<br />

Aunque ellas y las flores parecían cosas incompatibles, de lo cual daba fe el jardín<br />

convertido en páramo, tenían las dos ventanas que daban a la calle cubiertas de<br />

enredaderas, dispuestas con tal arte que podían asomarse sin ser vistas y ver a su sabor<br />

cuanto pasaba en ella.<br />

Horas y horas permanecían en su puesto de observación, con la paciencia inalterable<br />

del gato que acecha a su presa, y la misma paciencia empleaban para enterarse de lo que<br />

ocurría en ambas casas vecinas, aplicando el oído, para la una, al mismo cañón de la<br />

chimenea, y habiendo practicado un agujerito imperceptible en la pared medianera de la<br />

otra, cubierto por sobra de precaución con sendas telas de araña.<br />

Pero no les bastaba saber lo que pasaba en la calle y en las dos casas vecinas,<br />

necesitaban saber lo que pasaba en la ciudad, y a este objeto tenían establecida una<br />

especie de policía secreta, mucho más activa que la que pudiera tener el gobierno,<br />

atendido a que eran mujeres las empleadas en ella, y por lo tanto chismosas.<br />

Era el capitán o jefe de esta policía la tía Ojazos, la vieja estantigua que tanto había<br />

mortificado a Juana, y que con su oficio de ramilletera lo mismo tenía entrada en los<br />

palacios de los nobles que en las buhardillas en donde habitaban sus compañeras de

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