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-¡Amén!, respondieron todos.<br />
Hubo un instante de lúgubre silencio.<br />
-¿Se sabe cómo ha hecho el testamento?, dijo al fin el sobrino, sin poder ya dominar<br />
su impaciencia y dirigiéndose al escribano.<br />
<strong>El</strong> escribano meneó tristemente la cabeza.<br />
Entonces la sobrina miró al confesor con aire de triunfo; pero éste dijo con tono<br />
severo.<br />
-Lo ha dejado todo a los establecimientos de beneficencia, salvo un legado de poca<br />
monta e igual para todos sus herederos.<br />
¡Tal ha sido su voluntad!<br />
Semejante al rumor siniestro que producen los árboles agitados de repente por un<br />
viento tempestuoso, fue el rumor que se levantó de todos los ángulos de la estancia y que<br />
se convirtió en confuso clamoreo.<br />
-¡Qué infamia!, decían de todas partes, ¡qué robo! ¡<strong>De</strong>spojar así a sus parientes! Ha<br />
muerto como ha vivido; ¡sin entrañas!<br />
-¡Sí, dijo tristemente el sacerdote, ha vivido sin amar y ha muerto sin ser amada!<br />
¡<strong>El</strong> que siembra vientos recoge tempestades! ¡Pero Dios que la ha castigado en sus<br />
últimos momentos, también ha querido castigar la codicia de aquellos que debían<br />
albergar más cristianos sentimientos!<br />
¡Mientras tanto, el cadáver de la Marquesa reposaba solo sobre su lecho mortuorio!<br />
¡Solo, desamparado, alumbrado únicamente por la luz de la lámpara que esparcía en<br />
torno sus pálidos reflejos!<br />
Pero la puerta se abrió merced a un empuje suave, y el tití apareció en su dintel,<br />
mirando a todas partes con aire asustado y receloso.<br />
Habían entrado en un cuarto, en donde le tenían encerrado con Abelardo y <strong>El</strong>oísa,<br />
para coger unos candeleros de plata, y el pobre animal, más resuelto que sus dos<br />
compañeros de cautiverio, había corrido en busca de su ama.