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debieran ser los sacerdotes del bien se convierten en juglares, atentos sólo a divertir a la<br />
multitud con sus grotescas farsas.<br />
Por esto no brilla ningún genio ni en las letras ni en las artes. ¿Se podría modelar una<br />
Venus de Praxíteles con el cieno de la tierra? ¿Se podría cantar la Odisea, con el oído<br />
atento al resonar del oro?<br />
¿Pero será siempre así? ¡Dios es Dios, y el hombre es su hijo predilecto!<br />
La Marquesa no hablaba a su sobrina más que de los derechos de la mujer, de su justa<br />
participación en la vida pública, en los públicos negocios. <strong>De</strong>cía que la casta matrona de<br />
los antiguos tiempos, que sólo salía a la calle cubierta con los triples velos del recato, el<br />
decoro y la modestia; era una figura ridícula, incompatible con la ilustración del siglo.<br />
Que el matrimonio era un contrato civil como otro cualquiera, y que en su consecuencia<br />
la mujer no debía ni respeto ni obediencia a su marido, que había<br />
dejado de ser con los modernos usos el jefe de la familia. Que iguales en sus derechos, si<br />
él iba al café, ella debía ir al teatro, porque bastaba y sobraba para el gobierno de la casa<br />
una doncella, no pudiendo descender a tan mezquinos cuidados una mujer joven y<br />
hermosa. Que si una mujer joven y hermosa tenía hijos, no era preciso que estuviese<br />
como una esclava meciendo su cunita, y privándose de todos los goces de la vida.<br />
-Porque gozar es vivir, decía. ¿Quién te agradecería la renunciación a ti misma? Dios,<br />
si existe, se está en su cielo, sin cuidarse para nada de las míseras criaturas, tu marido se<br />
acostumbraría a no ver en ti más que al ama de gobierno de su casa, tus hijos, ingratos<br />
como todos los hijos, mañana te olvidarán por el hombre o la mujer que les sonría, y la<br />
sociedad se encogerá de hombros al contemplar tu retraimiento, murmurando:<br />
¡pobrecilla!<br />
Gozar es vivir; y ¿sabes cómo se goza únicamente?, ¡con los triunfos del amor propio<br />
satisfecho! ¡Cuando una mujer se presenta en un baile, ataviada con magníficos trajes<br />
que realzan su hermosura y oye elevarse por doquier un murmullo de entusiasmo, su<br />
corazón se estremece de júbilo infinito! Cuando ve que los caballeros se precipitan, se<br />
codean, se empujan, para obtener el favor de una contradanza, y sufren sus rivales todos<br />
los tormentos de la envidia, su amor propio satisfecho le brinda con delicias que no<br />
conocerá jamás la que vegeta oscurecida entre cuatro paredes silenciosas.<br />
Conviene esto además al bienestar del matrimonio: el marido, satisfecho el primer<br />
capricho, ya no se apercibe de las perfecciones de su mujer, si cien y cien adoradores,<br />
excitando sus celos, no le sacan de su aletargamiento.