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-Piénsalo bien.<br />
-Ya lo he pensado. ¡Ah!, mientras ustedes no me echen de su casa me consideraré<br />
feliz pudiendo servir de algo a usted, a su buena esposa y a sus queridos hijos.<br />
Hablando así, ambos se alejaron.<br />
¿Qué había experimentado Clotilde durante aquel diálogo que desvanecía todas sus<br />
sospechas, que daba un mentís a todas sus falsas suposiciones?<br />
Con las mejillas encendidas de vergüenza y el corazón destrozado por los<br />
remordimientos, permaneció largo tiempo inmóvil y silenciosa.<br />
-¿Qué he hecho?, pensaba, ¡mi calenturienta imaginación ha dado cuerpo y vida a<br />
fantasmas impalpables, he calumniado a dos seres puros que me aman, y a Juana, ¡ay de<br />
mí, a Juana le he robado el corazón en el cual había depositado la esperanza de su<br />
vida!...<br />
Al día siguiente se celebraba una gran función, en la ermita de nuestra Señora del<br />
Milagro, costeada por un rico hacendado de Orduña, que ya en los bordes del sepulcro,<br />
había recobrado milagrosamente la salud.<br />
Por la mañana había misa mayor y sermón, por la tarde plática y rosario.<br />
Clotilde fue a la función de la tarde, acompañada de Felisa, su doncella.<br />
Ya hemos dicho varias veces que la instrucción de don Eustaquio no era muy vasta:<br />
casi se reducía al Evangelio; pero predicaba el Evangelio con tan sencilla fe, y sus<br />
palabras brotaban tan a raudales de su alma sencilla y bondadosa, que no había quien le<br />
aventajase en la magia de conmover los corazones.<br />
Como su ejemplo correspondía a sus palabras, como se sabía que él y la verdad eran<br />
una misma cosa, como en su santa vida no había nada que reprocharle, como no fuese el<br />
dar con tanta profusión a los pobres, que él quedaba reducido a no tener lecho en que<br />
reclinarse ni dinero para reemplazar su vieja sotana con una sotana nueva; cuanto como<br />
tenía gran autoridad sobre sus feligreses que le idolatraban.<br />
Por una extraña coincidencia, que quizás no lo sería, la plática de la tarde pareció ir<br />
dirigida a Clotilde.<br />
<strong>El</strong> venerable sacerdote frecuentaba su casa, y tal vez habría adivinado la cruel<br />
enfermedad que aquejaba el alma de la triste joven.