You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
128<br />
¿Quién podrá decir lo que sufrió Clotilde durante la velada larga e interminable que<br />
siguió a esta escena? ¿Cómo pudo sostener, ella, que no estaba avezada al crimen, las<br />
miradas de su familia, sin caer de rodillas y confesar sus culpas?<br />
¡Cuántas veces estuvo tentada a hacerlo, si no la hubiese contenido el temor de<br />
sembrar en torno suyo el luto y la desesperación que cubrían su alma!<br />
¡Ante aquella catástrofe imprevista comprendió cuál era el abismo insondable a que<br />
la había arrastrado la que ella creía leve falta! Comprendió cuán sofísticas eran las<br />
declamaciones de aquellos pérfidos libros, que la habían precipitado en el abismo.<br />
Si las heroínas de novela forjadas por la imaginación calenturienta de autores sin<br />
conciencia, hallan gracia en la pública opinión, después de haber cometido una falta, y<br />
arrancan lágrimas de compasivo interés, las heroínas del mundo no hallan en derredor de<br />
sí más que ruina, deshonra y menosprecio. Evocó Clotilde el recuerdo de cien y cien<br />
mujeres descritas en páginas admirables, llenas de poesía y encanto. Cada una de<br />
aquellas mujeres se habían hallado envueltas, como ella, en una intriga; pero en medio<br />
de sus sufrimientos, habían experimentado goces inefables, compensaciones sublimes.<br />
-¿En dónde están esos goces?, pensaba la infeliz conteniendo a duras penas sus<br />
lágrimas amargas.<br />
A la tarde lúgubre y sombría había sucedido una noche oscura y tempestuosa. <strong>El</strong><br />
vendaval azotaba las paredes e imitaba con sus lamentos los lamentos próximos a<br />
escaparse del angustiado pecho de Clotilde.<br />
Sentada delante de la chimenea, en donde algunas noches antes se había sentido tan<br />
dichosa al renunciar para siempre a sus quimeras, luchaba aún consigo misma, sin saber<br />
si debía ir a refugiarse en los brazos de su marido y confesárselo todo, o cometer el<br />
crimen que se la exigía.<br />
¡Ay! ¿Por qué no adoptó el partido de la lealtad y del deber? ¿Por qué no pensó que<br />
no hay, que no puede haber, un amigo más fiel para una mujer casada que su marido,<br />
unido a ella por los estrechísimos e indisolubles lazos del cariño, del interés y del honor?<br />
Apretaba convulsivamente entre sus manos la llave del pupitre que guardaba los<br />
papeles importantes de la familia. Le había sido muy fácil cogerla, por cuanto Guillermo<br />
tenía una absoluta confianza en la compañera de su vida.<br />
Pero para ir al despacho era preciso pasar por el dormitorio de Guillermo, y en la<br />
pieza contigua al despacho dormía Juana con los niños.