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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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¿Quién podrá decir lo que sufrió Clotilde durante la velada larga e interminable que<br />

siguió a esta escena? ¿Cómo pudo sostener, ella, que no estaba avezada al crimen, las<br />

miradas de su familia, sin caer de rodillas y confesar sus culpas?<br />

¡Cuántas veces estuvo tentada a hacerlo, si no la hubiese contenido el temor de<br />

sembrar en torno suyo el luto y la desesperación que cubrían su alma!<br />

¡Ante aquella catástrofe imprevista comprendió cuál era el abismo insondable a que<br />

la había arrastrado la que ella creía leve falta! Comprendió cuán sofísticas eran las<br />

declamaciones de aquellos pérfidos libros, que la habían precipitado en el abismo.<br />

Si las heroínas de novela forjadas por la imaginación calenturienta de autores sin<br />

conciencia, hallan gracia en la pública opinión, después de haber cometido una falta, y<br />

arrancan lágrimas de compasivo interés, las heroínas del mundo no hallan en derredor de<br />

sí más que ruina, deshonra y menosprecio. Evocó Clotilde el recuerdo de cien y cien<br />

mujeres descritas en páginas admirables, llenas de poesía y encanto. Cada una de<br />

aquellas mujeres se habían hallado envueltas, como ella, en una intriga; pero en medio<br />

de sus sufrimientos, habían experimentado goces inefables, compensaciones sublimes.<br />

-¿En dónde están esos goces?, pensaba la infeliz conteniendo a duras penas sus<br />

lágrimas amargas.<br />

A la tarde lúgubre y sombría había sucedido una noche oscura y tempestuosa. <strong>El</strong><br />

vendaval azotaba las paredes e imitaba con sus lamentos los lamentos próximos a<br />

escaparse del angustiado pecho de Clotilde.<br />

Sentada delante de la chimenea, en donde algunas noches antes se había sentido tan<br />

dichosa al renunciar para siempre a sus quimeras, luchaba aún consigo misma, sin saber<br />

si debía ir a refugiarse en los brazos de su marido y confesárselo todo, o cometer el<br />

crimen que se la exigía.<br />

¡Ay! ¿Por qué no adoptó el partido de la lealtad y del deber? ¿Por qué no pensó que<br />

no hay, que no puede haber, un amigo más fiel para una mujer casada que su marido,<br />

unido a ella por los estrechísimos e indisolubles lazos del cariño, del interés y del honor?<br />

Apretaba convulsivamente entre sus manos la llave del pupitre que guardaba los<br />

papeles importantes de la familia. Le había sido muy fácil cogerla, por cuanto Guillermo<br />

tenía una absoluta confianza en la compañera de su vida.<br />

Pero para ir al despacho era preciso pasar por el dormitorio de Guillermo, y en la<br />

pieza contigua al despacho dormía Juana con los niños.

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