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dado pábulo a las murmuraciones del vulgo? ¿Conserva su pureza la que empaña la<br />
virginidad del pensamiento?<br />
»Creo que no.<br />
»Pero D. Eustaquio dice que la expiación y las lágrimas son como el fuego que todo<br />
lo purifican.<br />
»Yo he querido imponerme a mí misma una expiación casi superior a mis fuerzas.<br />
¡Oh, que expiación tan dolorosa, Guillermo, no verte y no ver las rubias cabezas de mis<br />
hijos!<br />
»Sufro tanto, que a veces me atrevo a esperar tu perdón, a veces me atrevo a esperar<br />
el perdón de Dios, de quien eres imagen en la tierra.<br />
»Don Eustaquio dice que el buen pastor recorre los montes y los llanos en busca de<br />
sus descarriadas ovejuelas, que las coge entre sus brazos, y estrechándolas,<br />
amorosamente sobre su corazón, las vuelve al salvador aprisco. ¡Dios ha hecho esto<br />
conmigo! ¡Bendito sea su nombre!... ¿Lo harás tú alguna vez, Guillermo mío? ¿Me<br />
abrirás tú alguna vez los amorosos brazos, para que descanse al fin sobre tu seno?...<br />
»Una sola cosa te pido de rodillas: haz una hoguera con los libros que llenan mi<br />
biblioteca, y esparce al viento sus cenizas. No permitas que los ojos de nuestra dulce<br />
María se fijen ni en una sola vez en sus páginas manchadas por el descreimiento y la<br />
impureza; no permitas que el veneno que se exhala de ellas, perturbe su razón y llene de<br />
inquietud su alma. ¡No los respetes aunque lleven al frente un nombre ilustre!<br />
<strong>De</strong>strúyelos sin piedad, antes que comprometan su ventura. La mujer está formada de<br />
amor y de fe; arrebatarla su fe y su amor, es arrojarla sin lanza y sin escudo al palenque<br />
de la vida.<br />
»¡Oh, Guillermo mío, amado mío! Tú no sabes el fruto de perdición que encierran<br />
esos funestos libros. Son como el árbol que crece en las zonas abrasadas, y que da la<br />
muerte al incauto que se sienta bajo su sombra, para embriagarse con sus armonías y sus<br />
perfumes.<br />
»En ellos se afirma que la mujer es la esclava abyecta del hombre, la mártir<br />
escarnecida de la sociedad, que se ríe de su martirio, y que es preciso que se alce contra<br />
el hombre y la sociedad, que es preciso que reconquiste sus derechos vulnerados, que<br />
sacuda el oprobioso intolerable yugo.<br />
»En ellas se pintan con brillantísimos colores las delicias inefables de un amor<br />
culpable, en ellos se convierte a la esposa culpable en un ser poético e ideal, que se eleva