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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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25<br />

<strong>De</strong>dicábase además a tallar santos de madera y pintar imágenes, que era su pasión<br />

favorita, haciéndolo con tal primor, que se restableció la venta de estos objetos<br />

produciéndoles regulares beneficios.<br />

Entonces, ya pudo Juana aumentar el número de sus cabras y gallinas, comprar un<br />

cerdo, y una buchecilla, montada en la cual iba los sábados a Orduña a vender sus<br />

encajes y las hortalizas del huerto.<br />

Corría mientras tanto el tiempo, ya cubriendo de verde alfombra la campiña, ya<br />

envolviéndola en sus sábanas de hielo. Juana llegó a contar veinte primaveras y Miguel<br />

quince; pero a despecho de los años, había una notable diferencia en el aspecto de<br />

ambos.<br />

Juana, abrumada muy pronto por un ímprobo trabajo, agobiada por las angustias y las<br />

cavilaciones, lejos de crecer y desarrollarse, se había encorvado un poco y estaba tan<br />

pálida y tan delgada que parecía una niña; mientras Miguel era ya un robusto jovencillo<br />

y le apuntaba el bozo. Era alto y bien formado, de rostro expresivo y negra y rizada<br />

cabellera.<br />

Las muchachas de los alrededores empezaban a ponerse coloradas en su presencia, y<br />

a arreglarse sus tocas cuando sabían que iba a pasar por delante de sus casas. También<br />

mostraban más celo por llevar las flores de sus macetas a la Virgen, y más afán por<br />

comprar rosarios y estampitas.<br />

Juana se halló de repente con una porción de amigas; pero era tan cándida su<br />

inocencia, que nunca sospechó el objeto de aquellas visitas y aquellos agasajos; tampoco<br />

lo sospechaba Miguel; pero se encontraba muy a gusto departiendo con las chicas,<br />

dándoles fruta de los árboles, o regalándolas las flores más hermosas de su huerto.<br />

No podía haber nada que complaciese más a Juana que el ver divertido y alegre a su<br />

hijito, como ella le llamaba; pero sin saber por qué, aquellos juegos y aquella alegría<br />

hacían brotar de sus ojos lágrimas amargas, que ella procuraba rechazar al fondo de su<br />

corazón y reemplazarlas con una plácida sonrisa. A veces, sin saber por qué, hablaba con<br />

sequedad a Miguel y acogía con desvío a sus amigas.<br />

-¡Cuán mala soy!, pensaba entonces llena de vergüenza y de remordimientos. Tengo<br />

el peor de los defectos, la envidia! ¡Oh, yo rogaré con toda mi alma a la piadosa Virgen<br />

que me dé fuerzas para combatirla!<br />

Y mientras ella rezaba con fervor ante el altar de la Virgen, los juegos y la algazara<br />

crecían en torno de la choza, y los ojos de Miguel brillaban de gozo, y los suyos se<br />

inclinaban al suelo empañados por el llanto.

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