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-No importa, es mi amigo, quizás mi único amigo, dijo Juana, cuyos ojos se llenaron<br />
por primera vez de lágrimas.<br />
-Pero tú considera que tengo que mantenerle.<br />
-No; se mantendrá con mi parte de comida.<br />
-Bien, mujer, vaya por el perro. Quédate ahí, mientras voy en busca del señor cura.<br />
Ya ves, me inspiras entera confianza, supuesto que no cierro ni una puerta de la casa.<br />
Alejóse el tío Blas con más ligereza de lo que parecían permitir sus años, y Juana se<br />
sentó sobre unas piedras, con el rostro caído sobre el pecho y las manos cruzadas sobre<br />
las rodillas.<br />
Turco, como si comprendiese su desolación, permaneció inmóvil y silencioso a su<br />
lado, fijas en ella sus amorosas Pupilas. ¡Parecía no querer turbar su dolor!<br />
Pero Juana exhaló un gemido, y dos lágrimas nublaron los ojos del fiel perro.<br />
Violas la infeliz, sintióse conmovida hasta el fondo de su alma, y exclamó,<br />
circundando con sus brazos la cabeza del noble animal:<br />
-¡Pobre Turco, pobre Turco mío!, tú me quieres, sin saber si soy bonita o fea, ¡tú me<br />
quieres y me querrás mientras existas!<br />
Todas las lágrimas aglomeradas en el fondo de su corazón se desbordaron de repente,<br />
y cayeron como un verdadero diluvio sobre su falda.<br />
Aquel desahogo la salvó de la muerte o de una enfermedad peligrosa.<br />
Lloró y sollozó hasta que apercibió de lejos al tío Blas que venía precediendo a don<br />
Eustaquio.<br />
Entonces juntó las manos sobre el pecho y murmuró con tono fervoroso:<br />
-¡Oh! Virgen mía, tú que asististe resignada a la agonía de tu único hijo, con el pecho<br />
traspasado por siete agudísimos puñales, ¡dame fuerza para sobrellevar con resignación<br />
esta amarga prueba de mi vida!<br />
-¿Qué es esto, Juana, qué es esto?, exclamó el cura desde lejos. ¿Qué extraña<br />
determinación es la tuya?