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-No te digo todo esto para que te apures, Clotilde mía, que Dios vendrá en nuestra<br />
ayuda, sino para que te enmiendes, como yo trabajaré para corregirme de todos mis<br />
defectos. La mutua tolerancia y la mutua complacencia son las que constituyen la<br />
felicidad del matrimonio. ¡Ah, no olvides que la felicidad es un blanco copo de nieve<br />
que si toca al suelo se convierte en lodo!<br />
-Pero para corregirme es preciso que sepa en qué consiste mi delito, respondió<br />
Clotilde sonriendo pero con un resto de altivez.<br />
-Ya lo he dicho, en que has dejado de ser lo que eras antes, lo que debe ser una<br />
esposa cristiana, partícipe de las penas y alegrías de su marido. Por ejemplo: cuando<br />
vuelvo a casa fatigado y triste, en vez de hallarte a ti, como antes, hallo a mi paso a<br />
Juana, y se interesa por cuanto nos concierne. Así es que me veo obligado a consultarla a<br />
ella en mis negocios, porque con alguien he de tener expansión y confianza... ¿No<br />
debieras ser tú mi única confidente, mi única amiga?<br />
Las mejillas de Clotilde se pusieron encendidas; las palabras de su marido acababan<br />
de herirla en medio del corazón. Su fantasía, tan enferma ya, tomó pretexto de ellas, para<br />
fabricar repentinamente toda una novela de decepciones, lágrimas y penas.<br />
-¡Creía que siquiera me amaba!, pensó llena de turbación y de espanto, ¡pero no me<br />
ama! ¡Ensalza a Juana para deprimirme a mí! ¡Él mismo lo confiesa, me pospone a<br />
Juana!<br />
Muy lejos estaba Guillermo de imaginar la tormenta que acababa de suscitar en el<br />
corazón de su esposa, y así, dejando su tono solemne, para adoptar su dulce tono de<br />
costumbre, añadió estrechándola en sus brazos.<br />
-Y ahora, Clotilde mía, demos al olvido este pequeño altercado, que es el primero que<br />
empaña el cielo de nuestro matrimonio, y que confío que será el último. Quisiera que<br />
renaciesen aquellos bellos días en que formábamos un alma sola, en que teníamos un<br />
solo pensamiento, y que unidos por un mismo interés, caminábamos por la senda de la<br />
vida, apoyados en el brazo el uno del otro, ya pisando rosas, ya pisando espinas, pero<br />
sostenidos siempre por la inmensidad de nuestro mutuo cariño. No es un reproche lo que<br />
te dirijo, es un deseo el que formulo. ¡<strong>De</strong> todos modos te adoro! ¿Quieres que selle<br />
nuestra reconciliación con un beso?<br />
Apoyó sus labios en la casta frente de su esposa, imprimiendo en ella un beso, y<br />
Clotilde lo recibió trémula, conmovida, como había recibido el primer beso que había<br />
sellado sus felices esponsales, porque ¡ah! en vano se lo negaba a sí misma, Clotilde<br />
amaba a su marido con una pasión sincera, profunda, inextinguible.