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<strong>De</strong>spués, fueron desfilando silenciosamente los unos en pos de los otros, con el<br />
corazón lleno de fe y la mente henchida de santos propósitos, y la iglesia quedó desierta.<br />
-Vaya usted a casa de la tía Ojazos, dijo Clotilde a su doncella, y dígala usted que<br />
haga dos ramos que quiero llevarme a casa. Aguárdeme usted allí. Voy a rezar un poco,<br />
y luego iré a buscarla.<br />
Alejóse Felisa, y Clotilde se sentó en un banco de piedra que había a la puerta de la<br />
ermita.<br />
Don Eustaquio que se había estado quitando los ornamentos sacerdotales, mientras el<br />
monaguillo apagaba las luces, salió el último de la ermita y cerró la puerta con llave.<br />
Mientras estaba cerrando, sintió que le tiraban suavemente de los pliegues de la<br />
sotana. Volvióse sorprendido, y vio a Clotilde.<br />
-Padre, dijo la hermosa con voz trémula. ¿Será cierto que la esposa, que consagra sus<br />
pensamientos y los latidos de su corazón a un hombre que no es su marido, pierde la<br />
inmaculada pureza de su alma, aunque no haya sido culpable, aunque jamás haya<br />
pensado en ser culpable?<br />
-Sí, hija mía; respondió vivamente el anciano. ¿Cómo puede la mujer entregar a otro<br />
hombre el amor que debe a su marido y permanecer pura? ¿Qué extraña doctrina sería<br />
esa? Cuando el alma inmortal y responsable está manchada, ¿qué importa que deje de<br />
mancharse el cuerpo, finito e irresponsable? Dios cuenta los propósitos mucho más que<br />
las acciones.<br />
Y además ¿no es el primer deber de la esposa labrar la felicidad del esposo? ¿Y cómo<br />
puede labrarla, si tiene el corazón y el pensamiento extrañados del hogar doméstico? Y<br />
además, ¿cómo puede impedir que ese extrañamiento no traspire, y sólo por las<br />
apariencias deshonre a su familia? Y además, quien acaricia un culpable pensamiento,<br />
está muy cerca de cometer la culpa: lo que el pensamiento acaricia, pronto lo acaricia la<br />
voluntad.<br />
Hablaba el buen anciano con tanto ímpetu, que Clotilde le interrumpió acongojada.<br />
-¡Pero, padre, me parecen esas doctrinas demasiado severas! <strong>El</strong> siglo progresa, y ya<br />
no se ven las cosas a la misma luz que se veían.<br />
-La verdad y la virtud, exclamó don Eustaquio, no admiten disfraz alguno. Tales<br />
corno salieron de las manos de Dios, caminan por la tierra, y caminarán hasta la<br />
consumación de los siglos.