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-¿Puedo dejar de acudir al llamamiento de una dama?, decía unas veces. ¿Quién sabe<br />
lo que ha ocurrido en Orduña? ¿Quién sabe el peligro en que se halla Clotilde cuando así<br />
implora mi auxilio? Esta conducta no sería noble ni caballeresca.<br />
-<strong>De</strong> paso veré a Juana, se decía otras veces, y le echaré encara la estupidez de su<br />
conducta. Si no ventilo esta cuestión de palabra, nunca lograremos entendernos.<br />
Y otras veces se decía también:<br />
-¿Qué culpa tengo yo de que Clotilde me llame? ¿He dado yo algún paso para<br />
obligarla a que haga una locura? ¿Qué joven en mi lugar despreciaría la ocasión que se<br />
le viene a las manos? Si Clotilde atropella por todo tanto peor para ella. Será señal de<br />
que no vale mucho, cuando por propia inspiración falta a sus deberes.<br />
<strong>El</strong> resultado de todos estos encontrados pensamientos, fue que al rayar el alba hizo<br />
sus preparativos y partió secretamente para Orduña.<br />
- VIII -<br />
<strong>El</strong> secreto de Policarpa<br />
¿Qué había pasado entre Guillermo y Juana la noche en que el primero la sorprendió<br />
en su despacho?<br />
Nadie lo supo en la casa; pero Juana pálida y triste, aguardó a Clotilde al pie de la<br />
escalera cuando se dirigía al comedor a la mañana siguiente, y la dijo con voz alterada:<br />
-Aguardo mi rehabilitación de los labios de usted. ¡Guillermo sospecha de mí!<br />
Y sus ojos se llenaron de lágrimas.<br />
Clotilde la cogió ambas manos, se las estrechó vivamente y pasó adelante.<br />
No sabía qué imaginar para salvar a Juana sin perderse a sí misma.<br />
Jamás una mentira había manchado sus labios, jamás había llevado a cabo una acción<br />
que no pudiese ser vista por todo el mundo y aprobada por su ángel de la guarda.