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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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115<br />

-Pero la mujer ha dejado de ser la esclava del hombre, replicó Clotilde; la mujer ha<br />

sacudido el yugo brutal con que quiso dominarla en aquellos tiempos de funesto<br />

oscurantismo, en que se consideraba como un delito que supiese leer, y en que hasta se<br />

la negaba que tuviese un alma.<br />

-¡Oh, no serían los fieles observadores de la ley de Jesucristo los que negasen esto,<br />

exclamó don Eustaquio con fuego. ¡Jesucristo confió el cetro del mundo moral a la<br />

mujer, en la persona de su Santa Madre, y la elevó por cima de todas las criaturas del<br />

universo!<br />

-¡Cetro ilusorio, murmuró Clotilde, con el cual se pretende acallar sus justas quejas,<br />

como se acalla el llanto del niño con un fútil juguete! Lo que necesita es revindicar sus<br />

derechos, usurpados por su soberbio compañero, tener opción, como él, a la gloria, a los<br />

honores, a los altos cargos que puede desempeñar del mismo modo. La mujer es igual al<br />

hombre: iguales deben ser sus derechos. ¿Por qué el hombre ha de mostrar la orgullosa<br />

frente ceñida de laureles, y relegar a la mujer al estrecho y oscuro círculo del hogar<br />

doméstico?<br />

-¡Oh, cuánto, oh, cuánto se equivoca usted, Clotilde! prorrumpió don Eustaquio<br />

arrebatadamente. ¡La mujer no es igual al hombre, es muy superior a él; usted,<br />

pretendiendo ensalzarla, la rebaja!<br />

¡No, no! La mujer no es igual al hombre. Dios, después de haber formado al hombre<br />

de barro, no tomó otro montón de barro para formar un ser idéntico al primero. Por<br />

medio de una sublime alegoría, la Escritura nos dice que formó a la mujer de una costilla<br />

de su marido, y presentándosela luego, dijo: ésta es la carne de tu carne, el alma de tu<br />

alma.<br />

¡No, no, la mujer no es igual al hombre, es su más bello complemento! Son dos<br />

mitades, que adaptándose perfectamente entre sí, forman un armonioso todo; sólo que<br />

cada una de estas mitades está dotada de los atributos que le faltan a la otra: el hombre<br />

posee la fuerza, la inteligencia, la energía; la mujer, la sensibilidad exquisita, la<br />

imaginación ardiente, la gracia seductora. Aunque distintos los lotes, no se sabe cuál es<br />

mejor, cuál es más importante. Para mí, el de la mujer, que la convierte en ángel de paz,<br />

de amor y de dulzura.<br />

¿Qué ha hablado usted de humillación, de esclavitud? ¿No es ella la reina del mundo,<br />

ante la cual dobla el hombre la rodilla? ¿No es ella la diosa, ante cuyo altar el hombre<br />

ofrece el puro incienso, la olorosa mirra? Se presenta ella y se abren todas las puertas;<br />

habla, y se recogen sus palabras, cual las de otra profética Sibila; llora, y sus lágrimas<br />

ablandan todos los corazones, torciendo la voluntad que se consideraba a sí misma

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