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de mi alma, luz de mi pensamiento, estrella que guía mi vacilante paso por los ásperos<br />
senderos de la vida.<br />
»Has pronunciado una sola palabra, y ya estoy a tus pies. Son las doce de la mañana;<br />
te aguardaré durante todo el día... Si a la noche no has venido, iré a tu casa suceda lo que<br />
quiera. <strong>De</strong>ja abierto el balcón de tu aposento; escalaré la tapia del jardín».<br />
Clotilde leyó muchas veces esta carta, no acertando a comprenderla.<br />
¿Qué llamamiento era aquel a que aludía Miguel? ¿Cómo, si ni aún su última carta<br />
había llegado a sus manos, podía emplear aquel extraño lenguaje?<br />
¡Aquí hay algún misterio!, pensó. ¡Ambos somos víctimas de una intriga, la misma<br />
intriga que arrebata a mis hijos su fortuna!... ¡No puede ser de otro modo!<br />
Repasó en su memoria todas las frases que había estampado en las dos únicas cartas<br />
dirigidas a Miguel, y no halló ninguna que pudiese interpretarse por un llamamiento.<br />
Recordó lo que había dicho doña Segismunda acerca de los ladrones y las tapias bajas<br />
del jardín, acerca del misterioso lenguaje de las flores.<br />
-¡Esa mujer lo sabe todo!, exclamó con el rostro inflamado de vergüenza, y por tanto<br />
no habrá nadie en Orduña que lo ignore. ¿Quién sabe si ella misma no tendrá<br />
participación en la pérfida trama que me envuelve?<br />
En efecto, si Miguel la había escrito a las doce de la mañana, ¿cómo su billete no<br />
llegaba a sus manos hasta el anochecer, cuando quizás iba a poner por obra su amenaza?<br />
-Han querido, murmuró la infeliz llena de espanto, han querido, interceptando la<br />
carta, que yo no pudiese evitar el conflicto, para que se realizasen sus funestas<br />
consecuencias.<br />
¡Doña Segismunda y la tía Ojazos están de acuerdo para perderme!... Y ahora ¿qué<br />
haré, Dios mío, qué haré?...<br />
Miró al cielo, que nublado y triste se iba cubriendo con las sombras de la noche.<br />
Recordó el tono amenazador de Guillermo, cuando dijo, que tenía preparadas sus<br />
pistolas para dar muerte al que osase franquear los muros de su casa.<br />
-¡Si Miguel viene, exclamó fuera de sí, si se encuentran, si se interpusiera entre mi<br />
marido y yo un lago de sangre!...