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Al cabo de pocos minutos la locomotora partió rápida como el rayo, y los ecos<br />
indiscretos del valle fueron repitiendo de uno en otro la palabra quizá que Juana había<br />
murmurado al oído de Miguel en el postrer abrazo.<br />
Pero ¡ay! que la humana dicha es tan deleznable como un copo de nieve que se disipa<br />
al tocar el suelo...<br />
Cuando Guillermo y Juana, embriagados de inefable gozo llegaron a dar vista a su<br />
casa, vieron pasar rápidamente las luces de un aposento a otro y oyeron un confuso<br />
clamoreo.<br />
Redoblaron el paso, se precipitaron en el vestíbulo, penetraron en el comedor.<br />
<strong>El</strong> anciano ciego estaba solo, y apoyándose en un grueso palo, andaba de un lado a<br />
otro con indecible agitación.<br />
Hablaba en voz alta y gesticulaba como un loco.<br />
-¿Qué sucede?, exclamó Guillermo asustado.<br />
-¡Ah, ah!, gritó el viejo parándose y con voz de trueno, ¿eres tú?... ¡Ven!...<br />
Acercóse Guillermo, y entonces su padre asiéndole por el cuello, prosiguió con voz<br />
ronca y entrecortada:<br />
-¿Es cierto que has manchado tu honor limpio como el sol? ¿Es cierto que has<br />
presentado un testamento apócrifo, falsificando la letra de tu tío? ¿Es cierto que has<br />
querido despojar por este medio infame a los legítimos herederos? ¿Es cierto, es<br />
cierto?...<br />
-¿Qué dice usted?, exclamó Guillermo aterrado.<br />
En aquel momento las luces que andaban errantes, convergieron todas en un solo<br />
punto del jardín; el que daba frente a la ventana.<br />
Luego, los criados que las llevaban, se precipitaron despavoridos y en tropel en el<br />
comedor.<br />
Felisa iba delante de todos, y estaba bañada en lágrimas.<br />
-¡Ay, que no saben ustedes lo que pasa!, exclamó entre sollozos. Al anochecer bajé<br />
por acaso al jardín, y vi el balcón entornado... Subí a cerrarlo creyéndolo descuido...