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171<br />
¡Ay de él, si hubiese presenciado la escena que se representaba en el cobertizo!<br />
Así que Juana se hubo convencido de que Guillermo estaba lejos, corrió a la ventana,<br />
y la abrió de par en par.<br />
No se divisaba ni la más leve sombra en la campiña. Clotilde sin duda había vuelto a<br />
su casa y todo estaba salvado.<br />
Juana juntó las manos sobre el pecho y alzó los ojos al cielo en acción de gracias.<br />
Pero con el peligro desapareció la fuerte tensión de su espíritu, desapareció la fuerza<br />
sobrenatural que la había sostenido hasta entonces. Volvió a entrar en la estancia, se dejó<br />
caer sobre el taburete, que antes había ocupado Clotilde, y por un instante creyó que iba<br />
a perder el uso de sus sentidos.<br />
Miguel, como todos los que se sienten culpables de una mala acción, quiso disfrazar<br />
su vergüenza con las apariencias de la cólera, y así, exclamó dirigiéndose a ella con<br />
brusco ademán:<br />
-¿Qué comedia es ésta? Para salvar a Clotilde no necesitabas ir tan lejos. ¿Por qué has<br />
supuesto ese viaje? ¿Por qué me has obligado a enseñarle el retrato?<br />
Juana levantó lentamente la cabeza, y respondió con aquel tono de autoridad que<br />
sabía emplear desde su infancia en los momentos supremos:<br />
-No he supuesto ningún viaje. <strong>De</strong>ntro de algunos instantes partirás en dirección a<br />
Francia para pasar a Italia, porque el honor y el deber te ordenan que lo hagas. Le he<br />
enseñado el retrato, porque el retrato de una mujer honrada no puede estar más que en<br />
manos de su marido, y el día designado Carlos se lo entregará a su padre.<br />
-¡Estás loca!, exclamó Miguel exasperado. Tienes unas ideas extravagantes: piensas<br />
como no piensa nadie...<br />
Sentía que Juana le dominaba, y su orgullo le impulsaba a sacudir el yugo de aquel<br />
extraño dominio. Carecía de razón, y quería tenerla a toda costa. Además, no<br />
desagradaba a su amor propio hacer alarde de una victoria delante de Juana, que no<br />
había contestado a ninguna de sus cartas, tratándole con injusto menosprecio.<br />
-He venido, porque he sido llamado, dijo con fatuidad. Si las circunstancias no lo<br />
hubiesen impedido, interrumpiendo nuestra entrevista, Clotilde me hubiera seguido a<br />
Madrid.