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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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212<br />

<strong>El</strong> ciego, sentado en su poltrona, semejante a los antiguos patriarcas, con su barba<br />

blanca y su espaciosa frente circundada de una diadema de plata, Guillermo de pie a su<br />

lado, con la cabeza descubierta; Juana de rodillas entre los dos niños, también<br />

arrodillados, que alzaban con fervor sus manecitas al cielo; en el fondo de la estancia los<br />

criados agrupados con actitud reverente.<br />

-¿Se acordará de mí?, pensó Clotilde llena de vivísima ansiedad.<br />

<strong>El</strong> ciego dio gracias a Dios en voz alta por el pan de cada día, oró por los vivos y los<br />

muertos; oró por cada uno de sus hijos, por cada uno de sus servidores, por cada uno de<br />

sus enemigos.<br />

A Guillermo y Clotilde los envolvió en una misma plegaria, en una misma bendición.<br />

-Rogad a Dios para que vuelva pronto vuestra madre, terminó diciendo a los niños.<br />

-¡Oh, Dios misericordioso, tráenos pronto a nuestra querida madrecita!, exclamaron<br />

Carlos y María, cruzando las manos sobre el pecho y con sus dulces voces de ángeles.<br />

Turbóse la vista a Clotilde, sintió que el gozo no le cabía ya en el corazón, soltó un<br />

grito de inmenso júbilo y cayó de espaldas.<br />

Cuando volvió en sí, se halló sentada en su asiento acostumbrado, y rodeada de todas<br />

las prendas queridas de su alma.<br />

Guillermo la estrechaba contra su corazón, los niños cubrían de delirantes besos sus<br />

mejillas, y el abuelo alzaba las manos al cielo en actitud de gracias, mientras Juana y los<br />

criados agrupados en el fondo lloraban de contento.<br />

¡Hasta las llamas del amigo hogar chisporroteaban alegremente, como si quisiesen<br />

también celebrar el regreso de Clotilde!<br />

Epílogo<br />

Habían pasado algunos años, y no era ya el otoño el que alfombraba la tierra con los<br />

frutos de los árboles; era la alegre primavera la que recorría el espacio sembrando por<br />

todas partes ramilletes de flores.<br />

Evocados por ella, volaban aquí y allá los ligeros cefirillos, esparciendo perfumes y<br />

armonías; se posaban aquí y allá los puros rayos del sol, haciendo brotar la vida por

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