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Cogidos del brazo bajaron la escalera, atravesaron el jardín, e hicieron su entrada<br />
triunfal en el comedor, en donde fueron recibidos con un hurra de alegría.<br />
Clotilde se colocó, corno siempre, entre Guillermo y el anciano, pero no era ella ya la<br />
encargada de hacer plato a éste último ni de partirle los manjares.<br />
Durante algún tiempo lo había hecho; pero luego se había cansado, dejando este<br />
cuidado a Juana, que se sentía feliz pudiendo ser útil en algo. Juana era la que daba el<br />
brazo al anciano valetudinario para pasar de un aposento a otro, la que le arreglaba el<br />
almohadón en el cual se reclinaba, y le ponía a los pies un taburete.<br />
Si a Guillermo no le prodigaba las mismas atenciones, en cambio, como la dirección<br />
interior estaba a su cargo, procuraba presentar en la mesa los manjares que eran más de<br />
su agrado, y le escanciaba el vino mejor que había en la bodega. Además, daba el trigo<br />
necesario para la sementera, y se encargaba de pagar los jornales, cuando Guillermo se<br />
hallaba ocupado en la fábrica. Esto hacía que la vida de ambos estuviese más<br />
íntimamente unida por la paridad de las ocupaciones, y establecía entre ellos una<br />
confianza que no podía existir entre Guillermo y su mujer, siempre encerrada en su<br />
biblioteca y entregada a sus lecturas.<br />
Lo mismo sucedía con respecto a los criados y a los niños, de quienes cuidaba con<br />
maternal esmero.<br />
Como el que tiene la vista enferma y ve los objetos dobles, o distintos de lo que son<br />
en sí, o envueltos en densas nieblas, Clotilde, que tenía enferma la imaginación, todo lo<br />
veía por un prisma torcido y engañoso.<br />
Había dado rienda suelta a la loca de la casa como llama a la imaginación un autor<br />
célebre, y la loca hacía de las suyas, sacando las cosas de su quicio y trastornándolas por<br />
completo.<br />
Como don Quijote que en todas partes veía trasgos y fantasmas, caballeros andantes,<br />
castillos encantados y menesterosas doncellas, Clotilde, llena de imaginación de las<br />
frívolas novelas que se fabrican en el día, partos infelices de autores sin genio y sin<br />
conciencia, soñaba con parecerse a todas sus heroínas, buscando en cuantos la rodeaban<br />
personajes iguales a los que rodeaban a aquéllas, y asimilando las escenas de su vida<br />
apacible a las violentas escenas de sus libros, sólo, ¡ay! que el noble hidalgo extraviado<br />
por la literatura extravagante, pero honrada, de su época, pretendía imitar a los héroes<br />
sin prez y sin tacha de los antiguos tiempos, y ella quería imitar a las mujercillas<br />
despreciables, que sólo la perversión de todo sentido moral puede convertir en heroínas.