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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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55<br />

Cogidos del brazo bajaron la escalera, atravesaron el jardín, e hicieron su entrada<br />

triunfal en el comedor, en donde fueron recibidos con un hurra de alegría.<br />

Clotilde se colocó, corno siempre, entre Guillermo y el anciano, pero no era ella ya la<br />

encargada de hacer plato a éste último ni de partirle los manjares.<br />

Durante algún tiempo lo había hecho; pero luego se había cansado, dejando este<br />

cuidado a Juana, que se sentía feliz pudiendo ser útil en algo. Juana era la que daba el<br />

brazo al anciano valetudinario para pasar de un aposento a otro, la que le arreglaba el<br />

almohadón en el cual se reclinaba, y le ponía a los pies un taburete.<br />

Si a Guillermo no le prodigaba las mismas atenciones, en cambio, como la dirección<br />

interior estaba a su cargo, procuraba presentar en la mesa los manjares que eran más de<br />

su agrado, y le escanciaba el vino mejor que había en la bodega. Además, daba el trigo<br />

necesario para la sementera, y se encargaba de pagar los jornales, cuando Guillermo se<br />

hallaba ocupado en la fábrica. Esto hacía que la vida de ambos estuviese más<br />

íntimamente unida por la paridad de las ocupaciones, y establecía entre ellos una<br />

confianza que no podía existir entre Guillermo y su mujer, siempre encerrada en su<br />

biblioteca y entregada a sus lecturas.<br />

Lo mismo sucedía con respecto a los criados y a los niños, de quienes cuidaba con<br />

maternal esmero.<br />

Como el que tiene la vista enferma y ve los objetos dobles, o distintos de lo que son<br />

en sí, o envueltos en densas nieblas, Clotilde, que tenía enferma la imaginación, todo lo<br />

veía por un prisma torcido y engañoso.<br />

Había dado rienda suelta a la loca de la casa como llama a la imaginación un autor<br />

célebre, y la loca hacía de las suyas, sacando las cosas de su quicio y trastornándolas por<br />

completo.<br />

Como don Quijote que en todas partes veía trasgos y fantasmas, caballeros andantes,<br />

castillos encantados y menesterosas doncellas, Clotilde, llena de imaginación de las<br />

frívolas novelas que se fabrican en el día, partos infelices de autores sin genio y sin<br />

conciencia, soñaba con parecerse a todas sus heroínas, buscando en cuantos la rodeaban<br />

personajes iguales a los que rodeaban a aquéllas, y asimilando las escenas de su vida<br />

apacible a las violentas escenas de sus libros, sólo, ¡ay! que el noble hidalgo extraviado<br />

por la literatura extravagante, pero honrada, de su época, pretendía imitar a los héroes<br />

sin prez y sin tacha de los antiguos tiempos, y ella quería imitar a las mujercillas<br />

despreciables, que sólo la perversión de todo sentido moral puede convertir en heroínas.

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