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La triste moribunda se retorcía sobre su lecho, se esforzaba para levantarse y huir de<br />
aquel suplicio, verdadero asesinato moral, peor que el que produce la daga que mata de<br />
un solo golpe.<br />
-¡Agua... agua...!, murmuró con voz gutural.<br />
-No señora, dijo la doncella, se la daré a usted cuando consienta en que entre el<br />
escribano.<br />
La moribunda cruzó las manos con ademán suplicante.<br />
-¡No, repuso la doncella, no! ¡No merece el cuerpo que va a convertirse en<br />
podredumbre que se le dé ningún alivio, mientras no consienta usted en salvar su alma.<br />
Tiene usted parientes pobres, piense usted en ellos...<br />
La Marquesa cayó desplomada sobre el lecho, y empezó a levantar su seno el estertor<br />
de la agonía.<br />
Entonces hizo una señal con la mano, indicando que consentía en todo lo que la<br />
pedían.<br />
La doncella le dio el agua, que bebió con avidez, y luego se precipitó triunfante hacia<br />
la puerta, gritando:<br />
-<strong>El</strong> escribano.<br />
Pero junto al escribano estaba aguardando el sacerdote, y junto a ambos estaban<br />
inmóviles y lívidos el sobrino y la sobrina.<br />
-¡Primero el sacerdote!, dijo ésta con tono imperioso.<br />
<strong>El</strong> sacerdote no se lo dejó repetir dos veces, y pasando por delante del escribano, se<br />
precipitó en la estancia.<br />
Un suspiro de alegría se escapó del pecho de la Marquesa al verle.<br />
-¡Ampáreme usted!, dijo con voz entrecortada, ampáreme usted... ¡Ah, yo nunca he<br />
creído en la otra vida; ahora creo, al ver que empieza en ésta el horrendo castigo de mis<br />
culpas!... ¡Padre, mi corazón ha sido duro como una roca!... ¡Yo nunca he hecho bien a<br />
nadie!... ¡No he tenido amor a nadie!... ¡Nadie tiene compasión de mí!... ¡Nadie me<br />
ama!... ¿Podrá perdonarme Dios?