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Tendió en derredor sus miradas con una desolación indecible, y entonces quiso su<br />
buena suerte que sus ojos tropezasen con una apartada cabaña, que se alzaba sobre un<br />
otero, circuida de verdes pinos. Aquel sitio parecía un oasis en medio de los campos<br />
solitarios y cubiertos de nieve.<br />
Encaminó a la choza su vacilante paso y, después de muchas dudas, se resolvió a<br />
franquear sus umbrales.<br />
<strong>El</strong> interior de aquel asilo que le deparaba la Providencia ofrecía un aspecto muy<br />
pobre. Constaba de una única habitación, dividida en dos por una cortina verde. No<br />
obstante, en el hogar ardía un buen fuego. Suspendida sobre las llamas estaba una<br />
caldera de cobre que hervía a borbotones, y con la cabeza apoyada en los morrillos<br />
dormían en plácido consorcio un mastín y un enorme gatazo blanco, armonizando el run<br />
run del gato y los ronquidos del perro con el sonoro borbotar de la caldera.<br />
Dos niños jugaban en un rincón; otro, el más pequeño, iba y venía agarrado a la falda<br />
de una mujer ocupada en sus domésticos quehaceres.<br />
<strong>El</strong> cuadro, si era pobre, era apacible.<br />
Clotilde se sintió animada, y dijo venciendo su timidez y su vergüenza.<br />
-¡Una limosna por Dios!<br />
La mujer, que estaba vuelta de espaldas, se volvió bruscamente, y fijó en ella sus<br />
miradas atónitas y compasivas.<br />
-Soy una pobre huérfana, repuso Clotilde, voy a Madrid en busca de una colocación,<br />
y se me han acabado los recursos.<br />
-Entre usted, hija mía, exclamó la buena mujer corriendo a su encuentro y cogiéndole<br />
ambas manos. ¡Jesús, mi Dios! ¡Pobrecilla! ¡Si está usted caladita de agua! ¡Si está usted<br />
heladita de frío!<br />
¡Entre usted, entre usted! ¡No llore usted, no se aflija! ¡Acá somos temerosos de Dios,<br />
y conocemos la pobreza!... ¡Dios dice que el que da a los pobres le da a Él!... ¡Pero se va<br />
usted a quedar baldada si no se quita presto la ropa! Tome usted estos zapatones de mi<br />
marido, esta saya mía, este pañolón de lana... ¡Bien, así!... ¡Esto es otra cosa!... Ahora<br />
pondremos todo esto junto al fuego, y mientras usted toma un bocado, se secará la ropa.<br />
Y la buena mujer, que había unido la acción a la palabra, obligando a Clotilde a<br />
desnudarse y a vestirse con las prendas que de tan buena voluntad le ofrecía, le hizo