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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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185<br />

Tendió en derredor sus miradas con una desolación indecible, y entonces quiso su<br />

buena suerte que sus ojos tropezasen con una apartada cabaña, que se alzaba sobre un<br />

otero, circuida de verdes pinos. Aquel sitio parecía un oasis en medio de los campos<br />

solitarios y cubiertos de nieve.<br />

Encaminó a la choza su vacilante paso y, después de muchas dudas, se resolvió a<br />

franquear sus umbrales.<br />

<strong>El</strong> interior de aquel asilo que le deparaba la Providencia ofrecía un aspecto muy<br />

pobre. Constaba de una única habitación, dividida en dos por una cortina verde. No<br />

obstante, en el hogar ardía un buen fuego. Suspendida sobre las llamas estaba una<br />

caldera de cobre que hervía a borbotones, y con la cabeza apoyada en los morrillos<br />

dormían en plácido consorcio un mastín y un enorme gatazo blanco, armonizando el run<br />

run del gato y los ronquidos del perro con el sonoro borbotar de la caldera.<br />

Dos niños jugaban en un rincón; otro, el más pequeño, iba y venía agarrado a la falda<br />

de una mujer ocupada en sus domésticos quehaceres.<br />

<strong>El</strong> cuadro, si era pobre, era apacible.<br />

Clotilde se sintió animada, y dijo venciendo su timidez y su vergüenza.<br />

-¡Una limosna por Dios!<br />

La mujer, que estaba vuelta de espaldas, se volvió bruscamente, y fijó en ella sus<br />

miradas atónitas y compasivas.<br />

-Soy una pobre huérfana, repuso Clotilde, voy a Madrid en busca de una colocación,<br />

y se me han acabado los recursos.<br />

-Entre usted, hija mía, exclamó la buena mujer corriendo a su encuentro y cogiéndole<br />

ambas manos. ¡Jesús, mi Dios! ¡Pobrecilla! ¡Si está usted caladita de agua! ¡Si está usted<br />

heladita de frío!<br />

¡Entre usted, entre usted! ¡No llore usted, no se aflija! ¡Acá somos temerosos de Dios,<br />

y conocemos la pobreza!... ¡Dios dice que el que da a los pobres le da a Él!... ¡Pero se va<br />

usted a quedar baldada si no se quita presto la ropa! Tome usted estos zapatones de mi<br />

marido, esta saya mía, este pañolón de lana... ¡Bien, así!... ¡Esto es otra cosa!... Ahora<br />

pondremos todo esto junto al fuego, y mientras usted toma un bocado, se secará la ropa.<br />

Y la buena mujer, que había unido la acción a la palabra, obligando a Clotilde a<br />

desnudarse y a vestirse con las prendas que de tan buena voluntad le ofrecía, le hizo

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