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Lo primero que experimentó Clotilde al finalizar su lectura fue un movimiento de<br />
orgullo.<br />
-Por fin soy amada como merezco, se dijo, como lo fue Valentina, como lo fue<br />
Indiana, como hubiera querido serlo la sublime Lelia. He aquí la poesía que me faltaba.<br />
No contestaré a esta carta, pero la guardaré eternamente sobre mi corazón, y cuando<br />
sufra mucho, cuando me vea, como lo estoy, escarnecida y vilipendiada, recordaré que<br />
hay en el mundo un ser ¡que me adora de rodillas!<br />
Cumplió su propósito durante tres días; al cuarto, una palabra dura, o que ella creyó<br />
dura, de su marido, puso en sus manos la pluma, y escribió una carta en la que,<br />
queriendo rivalizar con Miguel en elocuencia, le sobrepujó, porque puso en ella todo el<br />
fuego de su alma.<br />
<strong>De</strong>masiado inocente para calcular el peligro, demasiado noble para prever una<br />
traición, dejó correr la pluma a merced de su fantasía y estampó en ella palabras que el<br />
mundo, siempre malévolo, podía traducir de mil distintos e injuriosos modos.<br />
Al principio pensó que aquella carta no debía mandarla a su destino, pero la tía<br />
Ojazos fue a ver si tenía respuesta la de Miguel, y cediendo a sus ruegos la puso<br />
furtivamente entre sus manos.<br />
En el transcurso de otro mes recibió tres cartas más por el mismo conducto, y escribió<br />
tres cartas.<br />
Luego empezó a decaer su entusiasmo, la novedad se hizo vieja, y fue perdiendo<br />
gradualmente su atractivo.<br />
Halló que el piélago de poesía en que vagaba su alma no le ofrecía los goces<br />
inefables que había imaginado. Tenía como una espina en el corazón; no se sentía<br />
tranquila en ninguna parte. Parecía que una fuerza superior la obligaba a inclinar la<br />
frente, que antes llevaba tan erguida.<br />
Experimentaba un extraño rnalestar en presencia de las personas respetables que iban<br />
a visitarla, se ruborizaba a pesar suyo delante de su marido y de sus hijos.<br />
<strong>El</strong> aleteo de un pájaro la hacía estremecer, la hacía estremecer la voz de cualquiera<br />
que resonase repentinamente en sus oídos.<br />
-¿Por qué?, se preguntaba a sí misma; ¿no estoy en mi derecho? ¿No es justo que la<br />
esposa desdeñada se refugie en el corazón del hombre que la adora? ¿No es justo que