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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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Las calcetas eran las encubridoras de su holgazanería; pero a la sazón, tan atentas<br />

estaban a escuchar los traspiés que daba Guillermo al atravesar el patio, lleno de hoyos y<br />

pedruscos, que dejaron caer todos los puntos, y enredaron el hilo en tal disposición que<br />

necesitarían luego un día para deshacer el enredo.<br />

Entró por fin Guillermo, algo pálido, algo ojeroso, pero con ademán tranquilo.<br />

-Buenas tardes, Guillermo, dijo la mayor.<br />

-Buenas tardes, Guillermo, repitieron los ecos, acercándole una silla, la menos rota y<br />

empolvada que pudieron encontrar.<br />

-Padre está ocupado en un trabajo urgente, y me ha dicho que no le interrumpa,<br />

objetó Policarpa, mirando de soslayo a sus hermanas. Siéntese usted un poco.<br />

Verónica y Telesfora comprendieron lo que quería significar la torcida mirada de su<br />

hermana.<br />

Como solían repetir punto por punto sus palabras, la conversación con ellas se hacía<br />

sumamente larga y fastidiosa; pero omitían esta costumbre inveterada en las ocasiones<br />

especiales, porque el afán de hacer daño les daba una insólita lucidez, y hasta tenía el<br />

poder de encadenar sus lenguas.<br />

-¿Viene usted a hablar de su pleito?, preguntó la mayor. ¡Qué pleito tan fastidioso e<br />

interminable! ¡Y qué ingrata es la gente de este mundo! ¡Esos pícaros sobrinos, a<br />

quienes ha colmado usted de tantas mercedes, moverle, a los cien años, y sin por qué<br />

toda esta barahúnda! <strong>El</strong> caso es que, como ellos pleitean por pobres, no tienen prisa,<br />

mientras a usted le están causando perjuicios indecibles. Ayer padre hablaba de eso, y se<br />

lamentaba de su tenacidad, causada, según él, por los envidiosos de Orduña, que los<br />

aguijonean y alientan. Ahora, según creo, han pedido una revisión de pruebas.<br />

¿Qué le parece a usted su pretensión?<br />

<strong>De</strong>masiado sabía Guillermo, porque era casi público en Orduña, que aquel trastorno<br />

lo debía a las artimañas de don Lupercio; irritóle la hipócrita falsía de Policarpa, para<br />

quien su padre no tenía secretos, y aún se suponía que recibía de ella sus más malignas<br />

inspiraciones, y así contestó con sequedad:<br />

-Que hagan lo que quieran, si sigo el pleito es porque estoy seguro de mi derecho.<br />

-Sí, sí, interrumpió Policarpa. Por eso deja usted obrar a la justicia, y apenas si se<br />

ocupa usted de defenderse. Por esto me extraña verle a usted aquí, cuando tan pocas

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