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tumba! ¡Cuando pronuncias su nombre con orgullo, levantas los ojos al firmamento, y la<br />
buscas a través de sus azulados velos!...<br />
¿Qué dirías si un ladrón de honras si un asesino de la virtud, después de haberte<br />
robado sus besos y caricias, te obligase a ocultar su nombre, te impidiese buscarla entre<br />
los ángeles?...<br />
Pero no; las almas de las madres piden sin cesar a Dios por las prendas de su amor<br />
que han dejado en el mundo abandonadas... ¡<strong>El</strong>la le está pidiendo en este instante que<br />
conmueva tu corazón, que dé elocuencia a mis palabras!...<br />
La voz de Juana al hablar así expiró en un sollozo: otro sollozo se escapó del pecho<br />
de Miguel.<br />
Hubo un momento de silencio.<br />
<strong>De</strong>spués Miguel se acercó lentamente a la luz, y aplicó las dos cartas de Clotilde a la<br />
llama.<br />
Llenóse la estancia de un vivo resplandor.<br />
Juana al verlo cayó de rodillas, y exclamó con delirante transporte:<br />
-¡Dios mío! ¡Madre mía! ¡Sed benditos!<br />
Miguel la levantó en sus brazos.<br />
-¡Juana, Juana mía, murmuró en voz baja, si vuelvo honrado, si vuelvo con la frente<br />
coronada de laureles!, ¿querrás realizar el sueño hermoso que has ofrecido a mis ojos?<br />
Juana no respondió: escondió la cabeza en el seno de su compañero de la infancia y<br />
lo inundó de lágrimas.<br />
Cuando Guillermo empujó la puerta, los sorprendió abrazados y llorando todavía.<br />
Sobre la mesa se veía un montón de cenizas; la locomotora silbaba a lo lejos y dejaba<br />
oír su respiración de gigante lenta y fatigosa.<br />
Juana asió de las manos a Guillermo y a Miguel y los condujo a la estación.