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quedó sola, enferma y desamparada. Antonia renunció a su boda, y se la trajo a su casa,<br />
cuidándola como si fuese su hija, y sufriendo sus impertinencias con la paciencia de un<br />
ángel. ¡Figúrese usted cuál será su vida entre una vieja enferma y las chiquillas de la<br />
escuela, que sólo piensan en jugar y hacer diabluras!<br />
Llegaban en esto a la casa de Antonia, que era la mejorcita del pueblo. Entraron en<br />
una sala ancha, en donde quince o veinte niñas estaban arrodilladas y cantando la Salve,<br />
con la cual solían despedirse. Sus voces argentinas parecían efectivamente voces de<br />
ángeles tributando sus homenajes a María.<br />
Clotilde y Juan permanecieron al lado de la puerta. Juan con el gorro quitado, y<br />
uniendo su canto desentonado y estridente al dulce cántico de las niñas.<br />
Cuando éstas concluyeron su plegaria, vio Clotilde que se dirigían una a una a la<br />
alcoba, en donde besaban la mano a alguien que estaba en la cama, viniendo después a<br />
besarla a una mujer de mediana edad, sentada en una silla más alta que las otras.<br />
Salió la última niña, y entonces se adelantó Juan, siempre con su gorra en la mano.<br />
-Buenas tardes, Antonia, dijo, vengo a hacerte un regalo, porque sé que tal consideras<br />
el que te proporcionen un medio de hacer bien.<br />
¡Velay, una joven huérfana que va a Madrid sin un cuarto! No sabe a dónde pasar la<br />
noche y es preciso que le des hospedaje.<br />
-Partiremos con mucho gusto cama y cena, dijo Antonia, levantándose y abrazando a<br />
Clotilde con singular cariño. ¿Y tu mujer y tus hijos?, añadió dirigiéndose a Juan.<br />
-Todos buenos, gracias a Dios, respondió éste, y por cierto que me voy corriendo, que<br />
mi casa está lejos, y aquellos angelitos me estarán esperando para cenar...<br />
<strong>De</strong>spidióse con esto de ambas, y se marchó a buen paso, canturreando un estribillo<br />
popular.<br />
Iba Antonia a dirigir algunas preguntas a Clotilde, cuando la enferma, que era la que<br />
estaba en el lecho, empezó a dar grandes voces diciendo:<br />
-¡Pícara!, ¡infame!, ¿cómo me tienes abandonada? ¡Me trata como si fuese un<br />
perro!¡Hace una hora que se han ido las niñas, y no viene a curarme esta maldita pierna,<br />
que me está abrasando! ¿Con quién cuchicheas? ¿Qué haces?