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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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158<br />

La blasfema invocaba el nombre de Dios, sin temer que la pulverizase a ella, pues por<br />

un puñado de oro había ayudado a su padre a fraguar aquella tenebrosa intriga.<br />

Doña Segismunda, con ser de tan aviesa y ruin condición, experimentó un<br />

movimiento de repulsivo horror hacia aquella diminuta criatura, que encerraba en su<br />

corazón una dosis tan grande de veneno.<br />

-Se me resiste el creer todo eso, murmuró en voz baja, y a la verdad, si por ella me<br />

alegro, lo siento por él.<br />

-¡Sentir la desgracia de un hombre que se ha ido a casar con una loca presumida y<br />

casquivana! Pues qué, ¿no había muchachas en el pueblo?<br />

Usted misma, doña Segismunda, no era mucho más digna que ella de casarse con<br />

Guillermo.<br />

No había dejado de tender algún día a Guillermo sus redes, la augusta solterona,<br />

resintiéndose no poco de su absoluta indiferencia, y bien sabía Policarpa que este<br />

recuerdo había de avivar su ira. Necesitábale la astuta meguera para completar su obra,<br />

pues sólo doña Segismunda, por su posición, podía ser la vocinglera trompeta de la fama<br />

que difundiese la horrible calumnia en todos los altos círculos de Orduña.<br />

-Bien, bien, refunfuñó la matrona, que allá se las avengan. ¿En dónde nos aguardan<br />

las otras?<br />

-En la iglesia.<br />

-Pues vamos, que ya me hace cosquillas la lengua y estoy rabiando por contar la<br />

escena de que he sido protagonista. ¡Mojigata, hipócrita, ya llegó tu hora! Justo es que<br />

las mujeres honradas demos una lección a las mujercillas perdidas.<br />

Ofreció el brazo a Policarpa, que se empinó para llegar a ella, y ambas se alejaron<br />

celebrando su victoria.<br />

Mientras tanto la infeliz víctima de su negra intriga, había corrido a refugiarse en su<br />

cuarto. Recelaba que el ramillete ocultaría alguna carta, y así era en efecto.<br />

Sacóla temblando y la leyó rápidamente a la fugitiva luz del ocaso.<br />

«Heme aquí, decían aquellos caracteres trazados por la mano de Miguel. Me has<br />

llamado y acudo presuroso, abandonándolo todo; negocios y placeres. Héme aquí, alma

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