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sacuda el tiránico yugo que la oprime y, recobrando su libertad moral, se convierta en un<br />
ser libre de pensar y de sentir, borrando el sello de esclavitud que la bárbara sociedad<br />
grabó sobre su humillada frente?<br />
A pesar de estos razonamientos, la espina clavada en su corazón parecía introducir<br />
cada vez más en él su venenosa punta.<br />
Sintiendo un bochorno inexplicable delante de su familia, procuró evitar en cuanto le<br />
fuese dable su presencia.<br />
No salía de su cuarto más que a las horas de comer, o para dar solitarios paseos por el<br />
campo. Guardaba en su poder la llave de la puerta falsa, y salía y entraba sin ser vista de<br />
nadie.<br />
Pero corno el corazón humano es tan extravagante, y ansía precisamente aquello de<br />
que está privado, diole a Clotilde entonces por anhelar la vista de sus hijos, y aún, aún,<br />
sin confesárselo a sí misma, la de su marido.<br />
Aquellas cartas de fuego que guardaba sobre su corazón eran como una barrera<br />
infranqueable, como un abismo profundo interpuesto entre ella y Guillermo, porque<br />
Clotilde era de espíritu demasiado recto, de corazón demasiado noble, para desempeñar<br />
el villano papel de la mujer culpable que se entrega a sus devaneos, conservando, sin<br />
embargo, por medio de pérfidos amaños, su puesto de honor en el hogar doméstico.<br />
Considerándose Clotilde, en la lealtad de su carácter, como moralmente divorciada de<br />
su familia, desde que había contestado a la primera carta, dióle por evocar los tranquilos<br />
recuerdos del pasado, los días plácidos y sin nubes en que se había deslizado<br />
blandamente su existencia.<br />
Y con tanta viveza empezó a ofrecerse a su imaginación el recuerdo del bien perdido,<br />
que por combatirlo volvió a pasar revista a todos los volúmenes que componían su<br />
biblioteca, y que antes habían formado sus delicias. Figuraban entre ellos, en primer<br />
término, las obras de Jorge Sand.<br />
Jorge Sand, que había olvidado sus deberes, que necesitaba sincerarse de su propia<br />
conducta ante el mundo, fue la que dio el primer paso en la torcida senda y, como sucede<br />
siempre que el árbol del mal produce efectos de muerte, por disculpar su infracción a las<br />
leyes de la moral y de la virtud, comprometió la felicidad futura de millares de mujeres.<br />
¡Ah, si los espíritus incautos supieran que todas las ideas desorganizadoras brotan de<br />
la pluma del escritor que se halla, por su culpa casi siempre, fuera de la ley y en pugna<br />
con la sociedad, no prestarían tanta fe a sus descabelladas utopías!