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183<br />
Blanqueó por fin al Oriente la pálida claridad del alba. Pero el alba no pudo revestir<br />
el sonrosado manto de la aurora, envuelta en negros nubarrones.<br />
Y llegó el día tan pálido y triste como el alba. Y la naturaleza, en vez de regocijados<br />
cantos, sólo exhaló melancólicos y lúgubres quejidos.<br />
Pero el hombre animó con su presencia aquellos yermos.<br />
Abandonaron los pastores los apriscos con sus perros y sus rebaños; salieron los<br />
labradores de sus chozas, siguiendo el paso de sus bueyes que conducían el arado.<br />
Orduña estaba muy lejos: sus torres se divisaban apenas entre la opaca neblina, y<br />
Clotilde, cobrando ánimo, perdiendo ya el temor de ser reconocida, dio entrada en su<br />
pecho al vivísimo deseo de penetrar lo que había ocurrido en el cobertizo.<br />
-¡Oh, si los ángeles de mi vida careciesen ya de padre!, pensaba horrorizada; ¡oh, si<br />
mi ardiente deseo de expiar mi culpa careciese ya de objeto!<br />
Inundaba su rostro un sudor frío, y cesaba de latir su corazón al entregarse a estos<br />
temores.<br />
No estaba en la carretera de Orduña, pero era un camino real el que atravesaba,<br />
aunque no supiere a dónde conducía.<br />
Hasta entonces había evitado el encuentro de los campesinos, entonces quiso<br />
interpelar al primero que pasase, atropellando por todo.<br />
Divisó entre los árboles a un buhonero que venía cantando, a pesar de ir casi doblado<br />
por el peso de su mercancía, que traía a la espalda.<br />
Parecióle que tenía el rostro afable, la mirada bondadosa.<br />
Tomó una resolución suprema, se sentó sobre unas piedras, y esperó.<br />
-Buenos días, dijo alegremente el buhonero al pasar por delante de ella.<br />
-Buenos días, contestó Clotilde con voz trémula.<br />
Y luego repuso haciendo un esfuerzo:<br />
-Oiga usted, buen hombre. ¿Qué ha ocurrido anoche en los alrededores de la Virgen<br />
del Milagro? Me han contado no se qué...