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Miguel había permanecido hasta entonces cabizbajo, y jugando con los dijes de su<br />
reloj, para aparentar un aplomo que estaba muy lejos de su espíritu.<br />
Creía que todo aquello era una suposición para desorientar a Guillermo; pero cuando<br />
oyó a la joven pedirle el retrato, fijó en ella los ojos con indecible espanto y perdió por<br />
completo su afectada serenidad.<br />
Juana sonrió.<br />
-No quiere enseñárselo a usted, dijo a Guillermo, porque Clotilde le ha exigido el<br />
mayor sigilo. Figúrese usted que se ha hecho en una o dos sesiones, antes de que Miguel<br />
volviese a Madrid, y que Clotilde, que es tan perezosa, se levantaba sin embargo con el<br />
alba, para venir aquí y que nadie pudiera descubrir su secreto.<br />
-¿Pero por qué ese misterio?, preguntó Guillermo.<br />
-¿No es pasado mañana el 4 de noviembre, día de San Carlos?, prosiguió vivamente<br />
Juana. ¿Pues qué regalo mejor podía hacer Carlitos a su padre en semejante día que el<br />
retrato de su madre?<br />
-¡Era para mí!, murmuró Guillermo con inefable júbilo.<br />
Juana continuó, como si no hubiese advertido su alborozo:<br />
-Miguel se llevó el boceto a Madrid para concluirlo, y ha hecho de él una obra<br />
maestra.<br />
Mientras hablaba de este modo, seguía tendiendo la mano a Miguel, quien trémulo y<br />
confuso acabó por poner en ella el retrato.<br />
Guillermo lanzó un grito de sorpresa al verlo; era una verdadera obra maestra, como<br />
había dicho Juana.<br />
Clotilde aparecía en él como un ser ideal, asemejábase a una de esas vírgenes de<br />
Murillo, ante las cuales sin querer doblamos la rodilla.<br />
¡Y he aquí que estaba descubierto el misterio! ¡He aquí la causa inocente de las<br />
hablillas del vulgo! ¡En lo que el vulgo y él creían adivinar un agravio no había más que<br />
una delicada prueba de cariño! ¡Sí, sí, Clotilde era digna de él y le amaba, como cuando<br />
se había recostado sonriendo y feliz, en el dichoso tálamo!