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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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210<br />

-¡Guillermo en la cárcel!, murmuró Clotilde escondiéndose su rostro en el seno de su<br />

anciana compañera, ¡su honor menoscabado, el pleito perdido, y todo por mí! ¡Una sola<br />

ligereza, y qué horribles consecuencias! ¡Ah! ¡No soy digna de perdón!<br />

Quiso consolarla la anciana, pero en aquel momento empezaron a tocar las campanas<br />

de la ermita, y respondieron a su melancólico tañido todas las campanas de Orduña.<br />

Las campanas parecían decir con su dulce clamoreo:<br />

Paz a los hombres en la tierra, gloria a Dios en las alturas.<br />

Clotilde se postró de rodillas, y exclamó con apasionado transporte:<br />

-¡Oh, Dios de amor y de perdón, que aceptas las lágrimas de un corazón contrito,<br />

dame fuerzas para expiar mi culpa por medio del sacrificio y la ternura!<br />

Se levantó más serena, y se dirigió rápidamente a su casa.<br />

Empujó suavemente la puerta falsa, que por fortuna no estaba todavía cerrada, y<br />

entró.<br />

La anciana se sentó discretamente en el primer banco que halló al paso, no queriendo<br />

turbar con su presencia las expansiones del primer momento; Clotilde siguió adelante.<br />

Casi estuvo por besar los árboles del jardín, como si fuesen antiguos amigos, vueltos<br />

a hallar de nuevo. Las flores de otoño campeaban sobre las hojas de un verde mate, un<br />

mirlo cantaba, saltando de rama en rama.<br />

Clotilde tuvo que detenerse con las manos puestas sobre el corazón que palpitaba con<br />

violencia.<br />

Permaneció inmóvil y palpitante algunos momentos, apoyada en el tronco de un tilo.<br />

Entretanto habían ido cesando por grados los rumores del valle, habían ido subiendo<br />

por grados las sombras de los llanos a invadir los montes: empañaron el cielo azul las<br />

tenues humaredas que se elevaban de las chimeneas, y resonaron aquí y allí los lúgubres<br />

chillidos de las aves de la noche.<br />

<strong>De</strong> pronto brilló una luz en el anchuroso comedor, y Clotilde comprimió un grito de<br />

alegría, como si aquella luz fuese el bendito faro que le indicase la playa salvadora.

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