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inquebrantable. En el fondo de todos los bienes y los males, se halla la mujer, que, con<br />
su varita mágica, hace brotar flores de los páramos, o convierte los vergeles en áridos<br />
desiertos. ¿No es a ella a quien el hombre acata como virgen, adora como esposa, venera<br />
como madre? ¿No es a ella a quien vuelve los ojos en sus dolores, como el náufrago<br />
vuelve los ojos al cielo? ¿A qué desear lote más bello, destino más fecundo? ¡Oh, que<br />
santo, oh, que sublime, ob, qué glorioso ministerio el suyo!<br />
En el seno de la familia, el hombre encuentra la fuerza para luchar contra las<br />
borrascas de la vida, las suaves inspiraciones del bien, las gratas esperanzas de mejores<br />
días: en el seno de la familia, se educa el niño que luego será hombre, y acaso decidirá<br />
de los destinos de la patria; en el seno de la familia, reposa el anciano caduco y fatigado<br />
por su larga peregrinación sobre la tierra.<br />
En el bendito dintel del hogar doméstico, se estrellan los huracanes que engendra la<br />
vida pública; se detienen las pasiones tumultuosas y bastardas; allí encuentra el hombre<br />
los puros goces en los días felices; la resignación y el consuelo en los días de amargura.<br />
¿Y quién es la reina absoluta del hogar doméstico? ¿Quién es el alma de la familia?<br />
Qué, ¿no satisface la ambición de la mujer, el desempeñar el papel de Providencia?<br />
Qué, ¿no satisface a su alma la facultad de dar al mundo y al cielo seres dignos de sí<br />
misma?<br />
Poco he leído, viviendo como he vivido siempre en estas breñas, pero sé que Kant, un<br />
célebre escritor, ha dicho: «<strong>De</strong>trás de la primera educación que brota en el seno de la<br />
familia, se oculta el misterio del perfeccionamiento y la felicidad del género humano».<br />
Y otro no menos célebre, Aimé Martin, murmura al oído de la mujer que va a ser<br />
madre:<br />
-«Está atenta: he aquí el momento de engrandecer tu alma, porque va a trasmitirse<br />
toda entera al ser que mora en tus entrañas. No permitas que ningún otro pensamiento<br />
más que el tuyo penetre en aquel santuario. Se trata del vicio o de la virtud, de la paz o<br />
los remordimientos de toda una existencia. Estás grabando sobre bronce. La suerte de tu<br />
hijo dependerá de la fuerza y el entusiasmo que emplees en grabar en él la salvadora<br />
máxima primera».<br />
¡Ah, Clotilde, qué dulces, qué suaves armonías existen entre el hijo y la madre! La<br />
naturaleza lo suspende a sus labios, lo estrecha a su seno, le despierta a sus caricias;<br />
quiere que se lo deba todo a ella, de modo que después de haber recibido de ella la vida<br />
y el pensamiento, aguarde su inspiración para creer, amar y ser dichoso!