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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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119<br />

Juana murmuró otra vez algunas frases al oído.<br />

La niña, sonriendo con aire de inteligencia, fue entonces a buscar a su padre, le llevó<br />

con dulce violencia a sentarse en el mismo banco que ocupaba Clotilde, rogó al anciano<br />

que acercase su sillón, y cuando hubo formado un grupo, se puso en medio y dijo con<br />

sumo donaire:<br />

-Ahora voy a contar un cuento. ¿Cuál quieres que cuente, mamita Juana?, añadió<br />

empinándose sobre las puntas de los pies y buscando con los ojos a su amiga.<br />

-<strong>El</strong> de las dos almas, dijo Juana desde su rincón.<br />

-¡Ah!, pues bien, repuso la graciosa niña. Eran dos pobres almitas, que se dirigían al<br />

paraíso, ambas cargadas con su cruz, que les fatigaba mucho.<br />

<strong>El</strong> camino era largo, largo, interminable...<br />

A ambos lados del camino había serpientes de inflamados ojos y enroscada cola.<br />

¿Digo bien, mamita Juana? <strong>El</strong> camino era muy estrecho, muy estrecho, y a ambos lados<br />

había también espantosos precipicios que daba miedo el verlos.<br />

Pues bien, aquellas dos almas se habían aborrecido en el mundo, y marchaban la una<br />

detrás de la otra por temor de codearse. Llevaban las cruces de mala gana y arrastrando,<br />

de modo que además de enredarse con las zarzas, si daban un paso hacia adelante,<br />

resbalaban ciento hacia atrás.<br />

Y la noche se hacía cada vez más oscura, y los relámpagos eran cada vez más vivos,<br />

y los truenos más espantosos, y más lejos parecía verse la puerta de los cielos...<br />

Entonces pasó por delante de ellas un viejecillo, cargado con una cruz muy grande,<br />

que iba dando saltitos, y a cada salto dejaba atrás una legua de camino.<br />

¡Y ahora no me acuerdo!, dijo María interrumpiéndose y poniéndose un dedo en la<br />

frente!<br />

Aquello no era verdad, y así prosiguió riéndose de su propio engaño.<br />

-Llegó el viejecillo dando saltos junto a las dos pobres almas que se arrastraban<br />

penosamente, y las preguntó:<br />

-¿Qué es eso que lleváis sobre vuestras cruces, que andáis tan agobiadas, siendo<br />

mucho menos pesadas que la mía?

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