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la vida común que hacían Juana y Miguel, y fue preciso que se lo revelaran las<br />
habladurías de las comadres.<br />
Entonces observó detenidamente a sus protegidos, y tomó una resolución definitiva.<br />
Una tarde entró en la choza, a tiempo de que Juana y Miguel estaban cenando,<br />
sentados a una mesita de pino, mientras Turco saltaba entre ambos, pidiendo ya al uno,<br />
ya al otro, con graciosas contorsiones, su parte en las viandas.<br />
Al ver entrar al buen párroco, los dos jóvenes se precipitaron a su encuentro, le<br />
besaron la mano, y le condujeron hasta un sillón de cuero, que Juana había comprado<br />
expresamente para él en una pública almoneda, porque no hay para qué decir que la<br />
joven había amueblado poco a poco su casita de modo que nada tenía que envidiar a los<br />
labradores más acomodados.<br />
Con más rubor que una niña de quince años, después de los saludos de costumbre,<br />
hizo recaer don Eustaquio la conversación sobre el asunto que le traía preocupado.<br />
-Y bien, dijo por fin tartamudeando y exhalando un profundo suspiro, producido por<br />
la violencia que se hacía a sí mismo, ¿cuáles son vuestros planes para el porvenir?<br />
Juana y Miguel le miraron absortos, sin comprender lo que quería decirles.<br />
-¡Eh! ¡eh!, repuso el pobre sacerdote sudando a mares, ya sois unos jóvenes y no sois<br />
hermanos. Me parece que si hubiesen vivido vuestros padres, al llegar a esta edad os<br />
habrían casado.<br />
-¡Casarnos!, exclamó Miguel soltando una estrepitosa carcajada. ¡Esto está bueno!,<br />
¿casarme yo con mi querida madrecita?<br />
Juana nada dijo. La palabra casamiento cayó sobre su corazón como un rayo,<br />
revelándole la causa de sus sentimientos, el origen misterioso de sus lágrimas.<br />
Bajó la cabeza, enrojecida de vergüenza, y sus manos trémulas se agarraron con<br />
fuerza a la mesa que tenía delante. Se le había turbado la vista y temía caer al suelo.<br />
-Dichoso tú que vas a tener madre, esposa y hermana a la vez, exclamó el sacerdote,<br />
porque yo no dudo de que le darás tu nombre y la harás feliz.<br />
Miguel se puso a rayar la mesa con el cuchillo que tenía en la mano, y guardó<br />
silencio.