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Una tarde salió a dar un paseo por el campo. Iba sola como de costumbre, y vagando<br />
a la ventura se encontró en la cúspide de unos riscos escarpados hasta los cuales no había<br />
llegado nunca. Tuvo miedo al encontrarse tan lejos y tan sola, y lo peor era que había ido<br />
hasta allí atravesando eriales y no sabía el camino que había traído.<br />
Pero brotaba al pie de una empinada roca un manantial de aguas límpidas y puras<br />
que, convirtiéndose luego en arroyuelo, bajaba bordeado por frescas espadañas a<br />
perderse en la llanura. Clotilde tomó por guía el arroyuelo, segura de que le conduciría<br />
hasta muy cerca de su casa.<br />
<strong>El</strong> arroyuelo unas veces se paraba, detenido por un montón de gruesas piedras, otras<br />
saltaba alegremente por encima de las peladas guijas. Cuando se paraba no era por<br />
mucho tiempo porque, aunque quejándose y lamentándose, se destrenzaba en mil hebras<br />
de plata, y dejando en medio el obstáculo, corría a reunir más abajo sus cristalinas aguas.<br />
Entonces sus murmullos, que antes eran quejas, se trocaban en cantos de plácido<br />
triunfo.<br />
<strong>El</strong> arroyuelo parecía decir a Clotilde:<br />
-Ésta es la vida: una cadena de esfuerzos y victorias; un tejido de penas y alegrías. <strong>El</strong><br />
peregrino del cielo, para volver al cielo, tiene que atravesar una comarca sembrada de<br />
bellos oasis y páramos desiertos. ¡Dichoso él si no flaquea, dichoso él si salvando los<br />
obstáculos llega a la meta deseada, dejando cubierta de beneficios la senda que atraviesa,<br />
como yo cubro la vía por donde paso de modestas florecillas!<br />
Esto parecía decir a Clotilde el arroyuelo, y Clotilde, de imaginación poética, de alma<br />
sensible, parecía comprender su lenguaje misterioso.<br />
-¡Cómo luchas y combates, murmuraba al compás de los murmullos de su humilde<br />
compañero; pero tú nunca desmayas, tú sigues impávido tu camino, y llegas a tu fin con<br />
una precisión matemática! Por donde has pasado una vez pasas siempre, a pesar de que<br />
te destrozan los obstáculos. ¿Será menos firme la voluntad del hombre que tu voluntad,<br />
pobre manantial de aguas deleznables?<br />
-Mira, parecía responderle el arroyuelo, mira allá abajo aquellas mustias florecillas<br />
que esperan ansiosas la vida de mis linfas transparentes. <strong>El</strong> amor que anima a todo el<br />
universo, el amor que anima hasta a las duras piedras, es el que me mueve a mí a seguir<br />
mi curso, para ir a llevarlas el bálsamo del consuelo.<br />
Cuando llego allí me sumerjo en el seno de la tierra para aparecer de nuevo más puro<br />
y trasparente, y llevar la vida a otras comarcas. Si el hombre soberbio se sometiese a la