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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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-¡No tengo mucho mérito en recordar el de la Embajadora, porque he pasado casi<br />

toda la noche junto a ella!, dijo Miguel con fatuidad.<br />

-Pues me han contado una anécdota graciosísima acerca de esa señora, dijo la otra<br />

dama que estaba a su lado, y que había permanecido hasta entonces silenciosa. <strong>De</strong> buen<br />

grado la referiría, porque es pública, si no fuese ajena a este lugar y a estas<br />

circunstancias.<br />

Todos hicieron círculo alrededor de ella, rogándola que la contase en voz baja.<br />

La dama, que no era ya ni joven ni bonita, pero que era soltera de aquellas que<br />

después de haber jugado toda su vida con el amor, cuando llegan a ver su cabello<br />

encanecido y su rostro surcado de arrugas, se agarrarían, como se dice vulgarmente, a un<br />

clavo ardiendo, había solicitado a Miguel del modo solapado y sagaz que presta a las<br />

mujeres el trato del mundo; pero Miguel se había mostrado siempre ciego y sordo a sus<br />

manejos.<br />

La dama, que acechaba hacía tiempo la ocasión de vengarse, cogió aquella que se le<br />

ofrecía, y así dijo que un joven fatuo, de esos que creen que todo les está permitido y que<br />

pueden alcanzarlo todo, se había atrevido a poner los ojos en la Embajadora. Que ésta,<br />

que era la virtud misma, quiso dar una lección al estúpido y jactancioso advenedizo, que<br />

nacido en la clase más humilde de la sociedad, no hallaba diques a su petulante<br />

ambición, y otorgándole una cita para las altas horas de la noche en su propio aposento,<br />

le hizo creer que era cierta su fortuna.<br />

-Llegó el instante feliz, prosiguió la narradora, fijando sus ojos chispeantes de<br />

maligna satisfacción en el aturdido Miguel, escaló el amante las tapias del jardín, no sin<br />

hacerse sendos rasguños, penetró en el recinto misterioso, y se quedó estupefacto viendo<br />

a marido y mujer conversando plácidamente al lado de la chimenea.<br />

Marido y mujer soltaron una estrepitosa carcajada al ver al asendereado y burlado<br />

Lovelace, y el primero, dirigiéndose a él, le dijo con punzante ironía que podía volverse<br />

por donde había venido.<br />

Marchóse en efecto el pobre mozo con las orejas gachas, y aun se asegura que estuvo<br />

enfermo ocho días del susto y de la pesadumbre.<br />

He aquí mi historia.<br />

No había nombrado la discreta dama al protagonista de la aventura; pero sus ojos<br />

fijos en Miguel, revelaban bien a las claras de quién se trataba.

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