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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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145<br />

-¡Dios nunca rechaza a un corazón contrito!, dijo dulcemente el sacerdote, sentándose<br />

a la cabecera de su cama.<br />

En la sala vecina reinaba el mayor silencio. Los parientes se parecían a aquellos<br />

personajes encantados de los cuentos: todos permanecían en la misma actitud en que los<br />

había sorprendido la desaparición del sacerdote. Su vida había quedado en suspenso,<br />

reconcentrándose en sus oídos, y sólo se oían las tumultuosas palpitaciones de sus<br />

anhelantes corazones.<br />

En el estrado dormitaban ya los amigos íntimos, los asiduos comensales, y sólo se<br />

cambiaban algunas palabras entre lánguidos bostezos.<br />

La conversación se había agotado.<br />

-¡Qué largas van siendo las noches!, decía el uno.<br />

-Ya se va sintiendo el frío, decía el otro.<br />

Entró Miguel, y su presencia galvanizó por un momento a los circundantes.<br />

Miguel venía del baile de la Embajada.<br />

Había abandonado el baile para velar a su protectora: no se podía dar mayor<br />

abnegación.<br />

Sentóse entre dos damas y preguntó por la Marquesa.<br />

Repitiéronle todo lo que se había dicho y comentado durante la noche acerca de la<br />

enferma y la enfermedad, y cumplido aquel deber social se pasó a otro asunto.<br />

-¿Ha estado bien el baile?, preguntó una de las dos damas a Miguel.<br />

-¡Magnífico!, dijo éste.<br />

-¿Mucha gente conocida?<br />

-Lo mejor de Madrid.<br />

-¿Y la Embajadora?<br />

-¡Divina! Traje de gasa azul con estrellitas de plata; diadema de perlas en la cabeza.<br />

-Nadie como usted para dar razón del atavío de las damas.

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