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-¿Cómo está la enferma?, fue su primera pregunta.<br />
-No está peor, respondió Antonia, añadiendo luego con vivísimo interés: ¿Y tus<br />
padres?<br />
-Pues siguen achacosillos, pero sin novedad particular.<br />
-¡Dios sea loado, Dios les conceda larga vida!, exclamó la joven.<br />
-¡Sí!, repuso Jaime conmovido. ¡Cuando nos casemos también nos desearán larga<br />
vida nuestros hijos!<br />
Interrumpió Antonia ruborosa para hablarle de su pretensión, y en un instante quedó<br />
arreglado el asunto.<br />
-Venga usted, señora, dijo Jaime a Clotilde, cabalmente tengo ya las mulas<br />
enganchadas.<br />
Irá usted en mi galera, como una reina, solita con mi madre, que va a la ciudad a ver a<br />
mi hermana Mercedes, que acaba de dar a luz un hijo, el cuarto de los que Dios le ha<br />
concedido.<br />
Convenidos ya, dispuso Antonia en un instante la merienda para el camino, y<br />
obligando a Clotilde con dulce violencia a aceptarla, juntamente con algún dinero, fruto<br />
de sus ahorros, la acompañó hasta la galera.<br />
Ocupaba ya su asiento, entre sacos de harina, barriles de vino y cestos de frutas, la<br />
madre de Jaime, que era una viejecita de ochenta años, pero alegre y pizpireta.<br />
<strong>De</strong>spidiéronse unos de otros con muestras de sincero cariño, y la galera emprendió su<br />
marcha lenta y majestuosa; pero hubo de parar a la salida del pueblo, por cuanto Antonia<br />
la alcanzó de nuevo, gimiendo y sollozando en tales términos, que todas las vecinas de<br />
las últimas casas salieron a la calle, formando círculo en torno suyo.<br />
-¡Ay, suspiró Antonia, ay, que ustedes no saben la desgracia que ocurre! Acabo de<br />
ver a Melitón que viene de Ávila, y me ha dicho que la señora Condesa está sin<br />
esperanza de vida.<br />
Un grito unánime de sorpresa y de dolor, resonó por todas partes al oír esta noticia.<br />
Luego todos los circunstantes quedaron mudos, trémulos, anonadados.<br />
-¡Ay, Virgen santa, salva a nuestra madre!, exclamó una mujer con desolado acento.