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El Copo De Nieve Ángela Grassi

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137<br />

<strong>El</strong> cuerpo creado para fecundar la tierra iba a cumplir su fin y a hacer germinar las<br />

flores; sus espíritus vitales iban a confundirse con el aire, con la luz, que vivifican la<br />

atmósfera.<br />

Había vivido, había gozado, iba a morir; su destino se había cumplido; su misión se<br />

había llevado a cabo.<br />

¿Qué era, pues, lo que se retorcía dentro de su pecho causándola tormentos<br />

indecibles? ¿Qué era lo que gemía en el fondo de su corazón, llenándola de pavor y de<br />

amargura?<br />

Lo que se agitaba dentro de su pecho, lo que gemía en el fondo de su corazón, era su<br />

conciencia.<br />

La conciencia la pedía estrecha cuenta de los días perdidos en fútiles devaneos, de las<br />

palabras pérfidas u ociosas que habían pronunciado sus labios, de sus torpes o bajas<br />

acciones.<br />

¿Y por qué la arguía la conciencia, si había hecho durante su vida lo que hacen los<br />

pájaros y las flores, los brutos y los insectos? ¡Buscar el placer y saturarse de placeres!<br />

¿Qué la pedía aquella implacable censora de sus obras, cuya voz nunca había sido tan<br />

imperiosa y severa como en aquel instante?<br />

¿Era que su conciencia tenía a su vez que rendir estrecha cuenta de sus actos a un<br />

supremo poder oculto a sus miradas? ¿Era que su alma se diferenciaba de la vitalidad del<br />

universo, y estaba destinada a perpetuarse en otras esferas más sublimes?<br />

La Marquesa, a medida que sentía desquiciarse su cárcel mortal, veía surgir<br />

paulatinamente de sí misma, con indecible espanto, un nuevo ser ansioso de tender su<br />

vuelo a los espacios azulados. ¡Mil veces había sospechado su existencia; mil veces<br />

había creído oír su voz, pero habían oscurecido su vista las pompas del mundo, habían<br />

ensordecido sus oídos las irónicas risas de los sabios! ¡Y he aquí que en aquel supremo<br />

instante le veía aparecer clara y distintamente delante de sus ojos, le veía triste y<br />

acongojado, llorando por la hermosa patria, de la cual quizás estaría desterrado para<br />

siempre!<br />

En la alcoba de la Marquesa velaban un hombre y una mujer: un sobrino y una<br />

sobrina, pertenecientes ambos a distintas familias.<br />

La sobrina tenía mejor derecho a la herencia de la moribunda, porque el grado de<br />

parentesco que le unía a ella era más cercano.

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