Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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procedentes de Jujuy se unieron a los 300 hombres de Castelli, fuerzas que luego se
fueron incrementando con nuevos contingentes que provenían de Tarija, Tupiza y otros
poblados del Alto Perú-- habían logrado esa victoria al mando de un ejército compuesto
por españoles, negros, mulatos y algunas compañías de campestres.
El vecindario potosino miraba con desconfianza a los negros y mulatos que
parecían ser desaforados y estar sin sujeción alguna a sus superiores, quienes no hacían
nada por controlarlos, dado que eran tanto o más insubordinados que los mulatos y
campestres que, a lo largo de su trayecto, habían cometido una serie de robos, atracos y
estupros en muchos pacíficos villorrios, sin que sus pobladores supieran a quién o dónde
quejarse; tampoco se sabía si eran sólo agregados o se daban tal nombre, siendo
verdaderos delincuentes, puesto que andaban a las avemarías asaltando y robando. Así,
estos auxiliares a la independencia de Charcas, pocos días después mataron a un hombre
por robarle su cabriolé de bayetón, en la esquina de Inugaucho; a una joven mulata,
conocida como Eudolinda, estuvieron a punto de violarla y terminaron robándole sus
pertenencias en achaque de patrulla, cerca a la casa del Maestre, a quien servía en
calidad de esclava liberada; asimismo, al beneficiador Chumito casi le quitaron la vida
de un sablazo cuando se recogía a su casa, a las ocho de la noche; a don Faustino
Velarde, mercader de oficio, le vaciaron cuanta plata llevaba; al catalán Villacorta, por
defender a su mujer, le dieron siete puñaladas; en fin, en esta villa, todo el tiempo que
permaneció Castelli, dejaron a sus moradores con aprensión, como a gatos escaldados.
En tal ambiente, lo peor estaba a punto de acontecer.
Y más que gato escaldado se encontraba el zambo Francisco. “¿Y ahora qué?,
sacudía la cabeza como para que le brincaran las ideas. “Yo creo que debemos seguir
Página 10 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero