Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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nuestro amo”. “¿Qué?”, inquirió Elvira. “No, nada. Mejor nos vamos”, Eudolinda se
alejó del altar. “¿Y, para quién has puesto esas velas?”, volvió a preguntar Elvira,
siempre con picardía. “Es mi secreto”, contestó Eudolinda, apurando el paso.
En la casa de Juvenal, la llegada del doctor Mendiola tranquilizó a Isabel que,
afónica como estaba, creía que su voz iba a quedar atrofiada. Andrés procuraba
tranquilizarla diciéndole que él también había padecido ronqueras similares que, desde
luego, eran pasajeras. “Que sin embargo alguna vez se hacían crónicas”: el médico,
pensando en los mineros, mientras auscultaba a su paciente que tenía la garganta roja y
congestionada, con unos gránulos blancos en las amígdalas. “Es una angina muy propia
de la época”, dijo el doctor, “con gárgaras, a base de estas sales de plata pronto estaréis
curada. Lo bueno es que vos no fumáis, y no se ha alterado significativamente la
temperatura de vuestro cuerpo, y vuestro pulso es normal”, concluyó entregándole a
Andrés la receta que había escrito; sin embargo, les recomendó que cualquier alteración,
con presencia de fiebre alta, le fuera reportada en seguida. Andrés, luego de pagar sus
servicios, le pidió a Antonio que llevara al médico a su domicilio en el coche y, de paso,
fuera a la botica, en procura de las sales recetadas. Entre tanto, Isabel debería guardar
cama hasta que se le aliviara la ronquera, más aún teniendo en cuenta su estado de
gravidez. Por la forma como evolucionaba el embarazo, al ver la posición de su
abdomen, el galeno creía que el parto podría adelantarse; en tal sentido, sería bueno
transportarla a un lugar más benigno, a fin de evitar los rigores del invierno potosino.
Por lo general las parturientas de las familias pudientes eran trasladadas al valle de
Mizque, para que ahí dieran a luz sin complicaciones climáticas, tal como lo había
dispuesto el Maestre cuando nació Santiago, el hermano menor de Isabel, en tanto ésta
había nacido en la hacienda de Mojotoro, en pleno verano.
Página 170 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero