Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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a raíz de la confiscación de la hacienda, sin que doña Pilar ni ningún otro vecino
quisieran ayudarla, oportunidad en la que tuvo que pasar la noche a la intemperie.
--Hay personas que por temor son capaces de negar ayuda a sus propios padres
–le dijo Andrés, a tiempo de descargar las petacas con libros y otros objetos personales
que venían en el coche. Luego de que Antonio los fuera introduciendo en la casa,
Andrés se puso a fumar un cigarrillo en espera de la llegada de las mulas que cargaban
el resto de las cosas, al cuidado de Pedro.
Tal como lo había previsto, la hacienda se encontraba sucia, desmantelada y
ruinosa. Y lo peor era que nadie sabía la suerte que habían corrido los sirvientes que
trabajaban en ella, al igual que los perros, que probablemente habrían sido envenenados.
Por otros vecinos, que también se aproximaron para saludarlos, supieron que los
ocasionales ocupantes de la hacienda habían salido el domingo pasado, cargando con
todo lo que pudieron acomodar en una recua de cerca a diez mulas. Andrés sabía que
muchos de los que entonces fungieron como albaceas eran allegados al síndico
procurador Salvador Matos, quien había desaparecido.
--Bueno, también a esta hacienda tendremos que hacerle muchas reparaciones –
comentó Andrés, visiblemente molesto por las cosas que le faltaban y los deterioros que
descubría en la casa.
Si bien los sirvientes de la ciudad ya habían ocupado la casa de la calle de Las
Mantas, en Potosí, Andrés e Isabel prefirieron quedarse varios días más en la hacienda
de Mojotoro, mientras les refaccionaban las dependencias de la villa y ponían en orden
Página 279 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero