Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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hombres que lo habían seguido desde Jujuy. “Pero algunos se contaminaron”, pues
muchos de los que se les fueron agregando cerca de La Paz, habían huido espantados,
arrastrando consigo a varios oficiales que él, hasta entonces, consideraba leales y
valientes. Ahí también estaba la mano de los capellanes de ideología realista. A pesar
de todo, el vecindario potosino se mostraba fiel a su causa, eximiéndole de toda culpa,
lo que no ocurriría con la Junta de Buenos Aires. Pensándolo bien, debía decidirse por
encaminarse hacia Potosí, por cuanto era un lugar vital para rehacer su ejército, sobre
todo si se tenía en cuenta que se trataba de la villa de los caudales que sostenían la
economía de esas provincias alto peruanas. A un comienzo había pensado dirigirse a
Oruro, pero el ambiente que existía en esa villa, luego de la derrota de Guaqui, se había
tornado hostil en contra de las fuerzas expedicionarias que comandaba. Así pues, no era
nada adecuado a los planes reivindicatorios que le habían propuesto los oficiales que se
encontraban en Viacha, debido a la actitud negativa de los desertores que habían
pasado por Oruro, propalando falsas noticias sobre la destrucción total de las fuerzas
expedicionarias, aparte de asaltar éstos las casas de algunos pacíficos ciudadanos,
acusándolos de pizarristas. Por otro lado, tanto el doctor Castelli como varios oficiales,
le habían advertido que fray Manuel Ascorra, capellán de los húsares de Güemes, junto
al padre Aldana, era uno de los principales instigadores de la deserción de sus hombres.
¿Debía confiar en los partes de Viacha? Ahí le decían que sus bajas no llegaban ni a 400
hombres; en cambio, las de los enemigos se estimaban en el doble. Razón por la que
Goyeneche no se había movido de su antigua posición. Pero él sabía, por ejemplo, que
Felipe Pereira Lucena, que comandaba la artillería, había muerto, al igual que los bravos
Boza y Vélez, este último primo hermano del coronel Díaz Vélez, quedando heridos e
inutilizados Villanueva, Cortés y otros. Lo peor era que las fuerzas de Cochabamba,
que comandaba Rivero, con cerca de 3.000 hombres, no habían tomado parte en la
Página 173 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero