Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

Viernes 9 de agosto:
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Pueyrredón había convocado a todas las fuerzas vivas de la Villa Imperial a una
cita de reconciliación ciudadana. Consideraba que era imprescindible que los habitantes
de esa ciudad comprendieran que lo que había ocurrido no era otra cosa que un
incidente aislado que no tenía nada que ver con los ideales independentistas que los
unía, que el verdadero enemigo lo constituían los realistas, cuyas fuerzas, al mando de
Goyeneche, debían ser combatidas. Ante el incontenible avance de ese militar, le urgía
reconciliar a los hijos del país con los porteños, a fin de que, olvidándose de sus
disensiones y resentimientos momentáneos, se dieran un abrazo de paz. ¿Cómo podían
estar enemistados si tanto esos ciudadanos como las tropas auxiliares se hallaban
consagrados a los mismos principios, bajo una misma divisa?
La plaza se fue animando con la presencia del ejército de los porteños, formado
en gran parada, y de algunos de los representantes del Cabildo potosino. Pueyrredón,
además, había ordenado se investigara para dar con los verdaderos responsables de la
matanza. Si bien coincidían en que Mariano Ventura y Juan Altamirano la propiciaron,
él estaba seguro de que existían otros personajes que azuzaron al pueblo a atacar a los
expedicionarios, con el propósito de exterminarlos.
La escena que se vivió a continuación fue conmovedora en extremo; pues los
dos bandos antagonistas se fueron aproximando poco a poco hasta confundirse en un
solo grupo; las cabezas bajas, la mirada esquiva, ceños fruncidos y puños apretados.
¡Oh, cuánto costaba no odiar al que se tenía enfrente! El Obispo que había llegado de La
Página 215 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero