Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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Chiguiraya, para lograr la oportunidad de que a la mañana se le embistiese al enemigo
aterrado i dehecho, se me dirijió por el mismo jeneral aviso por un oficial, en que me
participaba que una división enemiga había entrado en Jesús, i tocaba a degüello, i que
era preciso socorrerle i replegar ambas fuerzas; lo verifiqué, notando a la entrada en
dicho pueblo (a las once de la noche) ser falsa e inventada la noticia. A la mañana del
21 revistaron los dichos jenerales sus tropas en la plaza de Jesús, y sin consultar
conmigo sobre la retirada, las desfilaron a toda precisión i turbulencia, dejando
abandonados en el campo todos los cañones i sus enfermos en el pueblo. Cerciorado de
esta disposición, me detuve como hasta las dos de la tarde de aquel día a recojer los
cañones i salvar algunos de sus enfermos con que seguí hasta Viacha, como
escoltándoles del mismo terror que les ocupaba; bien que es digno de advertir, que
aquellas tropas estaban enteramente insubordinadas i no obedecían a despecho voz
ninguna de sus jefes. En 16 leguas tiradas que habrá de Jesús a Viacha, fue inevitable
la dispersión aún de las mías, que las había sacado con todo orden, por los atrasos de
los cañones, de la infantería i cabalgaduras estropeadas. Esto motivó que parte de ella,
ignorando el punto de reunión, se desfilasen a otras distantes, i que el domingo en
Viacha no pudiese reunir sino una parte de mi fuerza; allí tuvimos un consejo con
dichos jenerales y el gobernador Tristán, donde opinaron ellos convenía replegarse a
Calamarca, siendo yo de dictamen que pasemos a amparar La Paz. Como a las
oraciones de aquel día se nos hizo una alarma falsa con la noticia intempestiva de que
el enemigo estaba próximo; el señor Viamont con ella se replegó para Calamarca
precipitadamente, con el corto trozo que había podido reunir, i yo salí de allí a las ocho
de la noche con el mío, que no pasaba ya de 1.300 hombres, para el alto de La Paz,
recojiendo por el camino algunas armas de los soldados desertores de las tropas de
Buenos Aires, hice alto en la columna de la antrada, i a la mañana me ofrecía su junta,
Página 165 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero