Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:
Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:
Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />
izquierdo extendido; el otro, protegiendo el vientre, avanzó pausadamente: “¿Dón<strong>de</strong><br />
están?” Hace rato que había empezado el raudo goteo <strong>de</strong> las nubes. La lluvia y el lodo<br />
amortiguaban sus pisadas, haciéndolas difíciles, lentas, hasta que se encontró frente a<br />
dos tizones encendidos, dos chispas furiosas y hambrientas que parecían haber<br />
perforado la noche. Eran las pupilas <strong>de</strong> Gory. Por fin se le hacía perceptible el ser cuya<br />
existencia, según Isabel, trataba <strong>de</strong> impedir su retorno al hogar. Un súbito<br />
estremecimiento recorrió su cuerpo. No podía moverse, aunque la lluvia había calmado.<br />
Cuando por un instante sus ojos se libraron <strong>de</strong> los tizones, más a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante, atravesando<br />
las sombras, <strong>de</strong>scubrió la silueta <strong>de</strong> Eudolinda, que caminaba a tientas. Pero pronto los<br />
tizones volvieron a subyugarla, con sus gruñidos. “¿Qué es?”, pensó en lo que<br />
constituían y en la suerte que podían haber corrido sus compañeros <strong>de</strong> viaje. Iba a dar<br />
un paso atrás, mas las dos brasas coruscantes empezaron a gruñirle con fuerza,<br />
amenazadoramente. “¡Es un animal!”, la evi<strong>de</strong>ncia todavía imprecisa. “¿Un animal<br />
salvaje?” El sudor le perlaba la frente. ¿Entonces, ahí acabaría todo? ¿Sería <strong>de</strong>vorada<br />
por un animal hambriento? “¡Oh, Dios, pero qué es!”, Isabel, percibiendo que el<br />
gruñido se le hacía potente y amenazador. “¡Qué va a ser <strong>de</strong> nosotros!”, cruzó sus<br />
brazos sobre el regazo; el aire se agolpó en su pecho, pugnando por salir; su boca no se<br />
abría, quedando su voz sellada en un mudo grito <strong>de</strong> horror. “¡Piedad, Señor!”, suplicó,<br />
y recién pudo lanzar su angustia con todas las fuerzas que le quedaban: “¡Por Dios,<br />
socorredme!” En eso, los cielos se hicieron eco <strong>de</strong> su congoja, con un trueno que<br />
<strong>de</strong>sgarró la noche, dando inicio a la sinfonía <strong>de</strong> la tempestad. “¡Oh, mi Señor!”, Isabel<br />
ahora sí podía moverse, libre <strong>de</strong> los tizones que habían <strong>de</strong>saparecido. Lentamente, como<br />
si <strong>de</strong>sentumeciera sus músculos, dio un paso atrás, en procura <strong>de</strong> volver a su refugio; y,<br />
cuando iba a dar otros pasos más, se sintió atrapada por la espalda. Era Antonio, quien<br />
venía a rescatarla <strong>de</strong> nuevo. “Es un animal feroz, tal vez un lobo”, dijo Isabel. El cielo<br />
Página 87 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero