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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

mayoría le acompañara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> territorio argentino, lo cierto es que Pueyrredón les confió<br />

la tarea <strong>de</strong> cargar los caudales en las mulas, en la Casa <strong>de</strong> la Moneda, y ahí, entre esos<br />

hombres, estaban, aunque todavía resistidos por sus compañeros <strong>de</strong> armas, Juan<br />

Altamirano y Mariano Ventura, quienes veían como una bendición su salida <strong>de</strong> la<br />

Ollería, a don<strong>de</strong> habían vuelto luego <strong>de</strong> que las Almanza les dijeran que Eudolinda<br />

había huido. Cuando se enteraron que iban a cargar y escoltar un valioso cargamento en<br />

la casa <strong>de</strong> los caudales, pensaron que había llegado la oportunidad <strong>de</strong> su vida.<br />

A las doce <strong>de</strong> la noche, Pueyrredón mandó a tres <strong>de</strong> sus comisionados para que<br />

controlasen la tarea <strong>de</strong> esos hombres, a medida que las mulas iban llegando a la Casa <strong>de</strong><br />

la Moneda --al amparo <strong>de</strong> las sombras, pues todos los farolillos <strong>de</strong> esas calles se<br />

hallaban apagados; sólo en la Casa <strong>de</strong> la Moneda las bujías <strong>de</strong> aceite ardían con pabilo<br />

corto, para que la carga no se extraviara en ese laberinto <strong>de</strong> corredores--; <strong>de</strong> pronto,<br />

algunos <strong>de</strong> los animales <strong>de</strong> esa recua, al caminar, <strong>de</strong>jaron escuchar el inconfundible son<br />

<strong>de</strong> los cencerros, que no habían sido quitados <strong><strong>de</strong>l</strong> todo. “¡Oh, suerte fatal!” Roto el<br />

conticinio, Pueyrredón cerró los ojos como esperando que <strong>de</strong>spertaran los moradores <strong>de</strong><br />

la villa. Hubo gran alarma entre los comisionados y cuando Pueyrredón, que<br />

supervisaba tal operación iba a estallar en cólera, súbitamente se iluminó una ventana a<br />

la que asomó la gruesa silueta <strong>de</strong> un hombre, candil en mano. “¡Pilar!”, gritó. “¡Tráeme<br />

los anteojos!” Pueyrredón y sus comisionados contenían la respiración. Las mulas<br />

habían <strong>de</strong>tenido su paso. El hombre se colocaba los lentes, mientras Pueyrredón buscaba<br />

con la mirada a alguien que pudiera lanzarle una daga. “¿Qué lleváis ahí?”, les gritó el<br />

hombre. “¡Lanzadle una daga!”, musitó Pueyrredón, nervioso, mas uno <strong>de</strong> los<br />

comisionados atinó a <strong>de</strong>cir: “¡Chuño y coca para los mineros!” La silueta continuó un<br />

instante más --que se les hizo eterno a Pueyrredón y sus hombres-- en la ventana y<br />

Página <strong>25</strong>1 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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